sábado, 3 de octubre de 2015

La dascha - Abel Maas


Al principio, da la impresión que se acercan para compartir intereses culturales o científicos, pero en nuestra familia sabemos olerlos: hay personas  y animales de ambos sexos a los que sólo les interesa abusar de nuestro cuerpo, les gusta hacer eso y no hacen otra cosa que planearlo todo el santo día, buscando el mejor modo de pegar el zarpazo.
Pero no sólo somos víctimas sufrientes de nuestra belleza y atractivo personal, sino también de nuestro encanto arrasador, una mente fuera de lo común, la voz y la mirada, las uñas siempre limpias, y eso nos viene tanto del lado de la rama paterna como de la materna pero más de la paterna.
Una elegancia pero no la de la ropa, sino la del alma, una gracia pero no la de los chistes hablamos de la gracia de Dios  un corazón generoso, esa sagrada debilidad, como decía mi tía Beatriz, un estar a merced, siempre sin desatender la evolución de las cotizaciones de la bolsa de valores. Aúllan con todo eso y nos agarran indefensos, pensando en las musarañas.
La leyenda cuenta que la cosa empezó hace tres siglos, en Lubelskie, el día en que un antepasado salió de su dascha mientras caía una fuerte nevada;  se desnudó completamente y con su larga barba blanca cubriéndole los genitales, se paró en el medio de la calle, alzó su cabeza bíblica, abrió lentamente los brazos y dijo: “nijai budietak”, que en ruso quiere decir: “y sin embargo es gracioso”.
A ciencia cierta, nadie supo nada nunca si la traducción era la correcta y no es asunto que interese, pero eso fue exactamente lo que sucedió. Después pasaron más cosas a las que fuimos sometidos, pero los del concurso exigen las famosas 300 palabras, contando el título.

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