sábado, 31 de octubre de 2015

Un secreto bien guardado – Sergio Gaut vel Hartman


¡Abenatar, amigo! ¡Dicen que ha nacido el mesías!
El comerciante se alzó de hombros (estaba contando botones) y tardó unos buenos cinco minutos en prestarle atención a Jotafet.
¿Y a mí qué? ―dijo finalmente―. ¿Acaso voy a solucionar mis problemas porque haya nacido el mesías? ¿El nacimiento del mesías pagará lo que le debo al sirio Rabunafia? ¿Acaso porque haya nacido el mesías se detendrán las quejas de Falomié cuando le pida que me conceda el privilegio de entrar en ella? No, Jotafet, a mí no me cambia nada que haya nacido el mesías.
Una vez más, el pobre Jotafet quedó en silencio y se guardó para sí el secreto que lo atormentaba, y que a nadie más que a Abenatar se hubiera atrevido a revelar; tampoco lo haría esta vez. Él, que tenía el don de ver en el futuro, sabía que el mesías no iba a traerle bendiciones a los judíos, que no era el mesías que estaban esperando, que la nueva religión fundada por el mesías no tardaría en oponerse al judaísmo y que pasarían más de dos mil años antes de que las tres ramas del monoteísmo volvieran a juntarse. Porque incluso eso veía Jotafet, veía el nacimiento del Islam, las cruzadas, la Inquisición, los pogroms, el Holocausto, los terroristas autoinmolados y la discriminación mutua, en todas sus formas. Y hasta veía que la tan ansiada fusión, que ocurriría el 31 de marzo de 2590, 5 Nisan de 6350, se formalizaría entre el último cristiano, el último judío y el último musulmán, cuando ya no fuera posible repoblar la Tierra porque todas las mujeres, esa subespecie despreciada por las tres religiones, había desaparecido de la faz del planeta.

Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman

Diario de peregrinos pajueranos pentecostales – Daniel Alcoba


El siete de noviembre entramos en Cochabamba con el Zurdo, disfrazados de otros. Íbamos de derviches giróvagos, moviéndonos como trompos dormidos sin parar de cantar los versos de al-Rumi mediante altavoces diminutos que ocultábamos en los turbantes (ignoramos el árabe y los derviches son letrados místicos). 
El ocho buscamos el potrero del Diario de Bolivia, expuestos a las garrapatas como el comandante. Había también mosquitos, jejenes y zancudos. Y una rata, que se comió la puntera de la bota y un pedazo del dedo gordo derecho del Zurdo. (Debió dormirse durante la guardia, algo que sin duda nunca admitirá.) Esta es una baja que nos infligió una rata el nueve. 
El diez de noviembre el Zurdo, con la bota agujereada en la punta y el pulgar vendado, llamaba la atención como un caballo con bufanda; esta vez la de perros cimarrones que se lo almorzaron, comenzando por el pulgar.

Acerca del autor: 

Y algo queda, queda, queda - Alejandro Bentivoglio


Hoy por la mañana se conoció la noticia de que el genocida más famoso del mundo, Adolf Hitler, no tiene su virilidad completa. El desliz provino de uno de sus allegados que reveló la información a un reportero luego de tener una violenta discusión sobre bigotes con el dictador que hace enamorar a todas las jóvenes alemanas. Las miradas acerca del ultraje se centraron en el jefe de las SS, Heinrich Himmler, quien desde siempre ha guardado un oculto odio y envidia hacia el pelo engominado del führer.
¡Yo no tengo los testículos de nadie! bramó Himmler ante las preguntas insistentes de los periodistas.
Eva Braun, por su parte, se mostró despreocupada. En una entrevista concedida al Expreso Nazi, afirmó que desde que se conoció la tragedia, el ministro Goebbels no ha dejado de repetirle que Adolf tiene todos sus genitales, todos sus genitales, todos sus genitales, todos sus genitales.

Acerca del autor:
Alejandro Bentivoglio

El hombre de la máquina del tiempo - Héctor Ranea


Me mandaron a matar a Hitler cuando cumplió los nueve años. Era una tarea fácil, aparentemente. Pero hay que matar a un pibe de nueve... así que decidí inscribirlo en una escuela de Arte, le enseñamos entre varios literatura, filosofía. Se fue de viaje a la India, volvió con una hermosa túnica blanca predicando amor y paz. Lo mataron a los treinta en Buffalo por una cuestión de polleras. A mí me sacaron el brevet de maquinista.
—¡Por tu culpa —dijeron —casi nos perdemos el momento de inventar esta máquina!
También dijeron que no hubo más guerras, que hubo desabastecimiento de hamburguesas y de salchichas y no sé qué otras zarandajas.
Yo pienso, eso sí, que armé un mundo diferente, pero creo que es un mundo un poco mejor.

Acerca del autor:


El último deseo - Daniel Frini


Apuró su copa de ginebra. La dejó, vacía, sobre la pequeña mesa y contra la pared. Desató los nudos de los cordones y los sacó de sus zapatos. Los puso, estirados, sobre el borde derecho de la mesa, delante del vaso de ginebra. Se quitó los zapatos y los dejó, uno junto al otro, debajo de la mesa. Mojó con saliva su dedo índice de la mano derecha y limpió una pequeña mancha de barro en su zapato derecho. Éste recuperó el esplendor de su brillo. Desabrochó los puños de su camisa. Desabrochó los botones. Se la quitó. La dobló con cuidado y la dejó sobre la mesa, al lado de los cordones. Desabrochó su cinto y se lo quitó. Lo enrolló y lo puso sobre la camisa. Se quitó los pantalones. Los dobló y los puso al costado de la camisa, ya sobre el borde izquierdo de la mesa. También se sacó los canzoncillos, los dobló y los puso sobre los pantalones. Abrió la puerta de la habitación. Se cubrió con la túnica burda y arrugada que estaba tirada al lado de la puerta. Salió al patio. El sol del mediodía le hizo entrecerrar sus ojos. Caminó hacia el centro del patio.Apuró su copa de ginebra. La dejó, vacía, sobre la pequeña mesa y contra la pared. Desató los nudos de los cordones y los sacó de sus zapatos. Los puso, estirados, sobre el borde derecho de la mesa, delante del vaso de ginebra. Se quitó los zapatos y los dejó, uno junto al otro, debajo de la mesa. Mojó con saliva su dedo índice de la mano derecha y limpió una pequeña mancha de barro en su zapato derecho. Éste recuperó el esplendor de su brillo. Desabrochó los puños de su camisa. Desabrochó los botones. Se la quitó. La dobló con cuidado y la dejó sobre la mesa, al lado de los cordones. Desabrochó su cinto y se lo quitó. Lo enrolló y lo puso sobre la camisa. Se quitó los pantalones. Los dobló y los puso al costado de la camisa, ya sobre el borde izquierdo de la mesa. También se sacó los canzoncillos, los dobló y los puso sobre los pantalones. Abrió la puerta de la habitación. Se cubrió con la túnica burda y arrugada que estaba tirada al lado de la puerta. Salió al patio. El sol del mediodía le hizo entrecerrar sus ojos. Caminó hacia el centro del patio.
El pelotón de fusilamiento ya estaba formado y apuntando.
Desde afuera, y a través de la reja, su mujer, vestida de rojo, sonreía sin disimulo.

Acerca del autor:

martes, 27 de octubre de 2015

El final está servido - Javier López


A mi viejo personaje, Germán de Argamasilla, hacía tiempo que no le daba ningún papel. Él era un buen protagonista para mis novelas. Novelas que hace tiempo dejé de escribir. Ahora, que me dedico al microrrelato, su única ocupación es vagar por encima del escritorio. Igual lo encuentro sentado sobre una goma de borrar que cómodamente tumbado sobre un paquete de cigarrillos.
Viéndole triste y aburrido, decidí interactuar con él para, al menos, mantenerlo algo entretenido.
—Germán, ¿se le ocurre alguna buena frase para terminar este microrrelato?
—A ver que piense… —y con sus minúsculos dedos parecía rascarse la barba, que no se afeitaba desde una aventura de 2007—. Tome nota: “… aunque la frase parezca un poco manida para poner punto final a esta historia”.
—¿Eso? ¿A usted, que ha paseado por todos mis libros, sólo se le ocurre eso? —le espeté en un tono quizá un poco agrio.
—Sólo sé que no sé nadar —dijo ahora, en un tono mucho más elevado y dramático.
—¿Esa es otra de sus frases? Como chascarrillo me parece bien, pero he leído muchos tuits con esa idea. No pienso utilizarla.
—¡Socorro, socorro, que me ahogo…! —gritó, y su tono de voz cambiaba conforme pasaba del medio aéreo al acuático.
Yo, que andaba concentrado en este microrrelato, no le presté mucha atención. Cuando quise mirarlo, ya solo pude ver cómo sus pequeñas manitas, última prolongación de sus brazos estirados hacia arriba, se sumergían en el agua del vaso sobre cuyo borde lo había visto sentado unos segundos antes.
No pude hacer nada por él. Me puse nervioso y mi mano se encajó en el vaso cuando intentaba rescatarlo. Hasta que logré sacarla y volcar el contenido sobre la mesa, el pobre infeliz había dejado de respirar. Ahora su cuerpecito yacía inmóvil sobre el escritorio, rodeado del líquido que acabó con él.
Y así fue cómo mi querido personaje se ahogó en un vaso de agua, aunque la frase parezca un poco manida para poner punto final a esta historia.


Acerca del autor: 
Javier López

El día que abandonaron la Tierra – Tanya Tynjälä


Llevábamos  horas buscando al gato. Sabíamos que no nos esperarían, que teníamos poco tiempo, pero lo habíamos encontrado en la basura cuando sólo tenía una semana y lo alimentamos con un cuentagotas hasta que pudo comer solo: Era casi como nuestro hijo.
Y nuestro pequeño buscaba también frenético, entre lágrimas. No podía dejar a su querido compañero de travesuras. “Es solo un animal” dirían algunos, pero…
Cuando lo encontramos, escondido dentro de una caja de zapatos, nos dispusimos a salir. Mi hijo no quería dejar atrás unas fotos de la familia y se detuvo para buscarlas. Es ahí cuando sonaron las sirenas. No era la hora señalada, ¿qué habría pasado? Salimos corriendo del apartamento. En el corredor cortaron la electricidad. No podíamos usar el ascensor… y vivíamos en el piso 47.
Nos dirigimos presurosos a la escalera de emergencia, tres pisos más abajo mi hijo trastabilló, sus piernecitas no lograban ir tan rápido. Las fotos volaron, le sangraba la nariz…
No lo lograremos, está claro, no lo lograremos. Mi esposo lo sabe, nos miramos en silencio y así, sin una palabra,  estamos de acuerdo. Limpio las lágrimas del rostro de mi pequeño y le aseguro que todo estará bien. Subimos lentamente las escaleras. Entramos a nuestra casa. Nos metemos todos en la cama. No tenemos miedo, nada puede hacernos daño si estamos  juntos, pues nada nos separará. El gato ronronea feliz.
Escuchamos la cuenta regresiva en la más completa paz:
Cinco, cuatro, tres, dos, un…

Acerca de la autora:
Tanya Tynjälä

Cuento de nazismo mágico - Alberto Chimal


Torturadas, vejadas, adoctrinadas, las últimas sirenas decoraban las mejores fuentes y albercas berlinesas. Nadaban en línea rectísima, acompañadas por rudas marchas reproducidas en gramófono; el efecto era curioso, además, porque decían imitar a Esther Williams en Escuela de sirenas (Hitler y Goebbels eran fans secretos) pero vestían como Charlotte Rampling en Portero de noche.
No eran más de diez o doce al final y se suicidaron cuando ya se acercaba el Ejército Rojo: se echaron en un tanque de agua infecta, se tomaron de las manos para hacer una florcita, una humilde y breve figura, e hicieron estallar muchas granadas de mano.
Su esclavitud (decía la nota suicida) las había expulsado del territorio de la leyenda y amenazaba con encerrarlas en el de una mera historia, y (peor) una historia morbosa, pisoteada, que se volvería materia de libros ridículos y chistes infectos.

Acerca del autor:

Un fragmento de la Odirrea - Saurio


Melenudo: Entonces al Ulises y a su banda los agarró una poli femenina, alta y tuerta pa’ mayor información, justo cuando se estaban chorreando unas ovejas.
Telemarketer: O sea que fueron por lana y terminaron trasquilados.
Melenudo: Entonces el chabón pensó una estrategia pa’ salir, ¿sí? Haciendo gala de su histrionismo la invitó con unos vinitos a la cana. Esta agarró viaje y terminó en pedo.
Telemarketer: Lo que se dice, el epítome de lo patético.
Melenudo: Entonces el quía agarró un palo puntiagudo, se lo clavó en el ojo bueno y así se escapó con la banda.
Telemarketer: ¡Auch!

Acerca del autor:

Metamorfosis - Condessa Nadja


Algo enverdeció mi cara. Sentí piedad de mí. El espejo me proyectaba una imagen escalofriante. Alguna enfermedad me estaba aguardando. Me abrí la bata y una cicatriz apareció en mi torax. Nunca me operé de cosa alguna. Mi desconcierto aumentó, tenia una costra de alguna herida en mi muñeca.
—¡Oigan no es lo que piensan! No soy suicida.
Tomé un cuchillo de la cocina y me raspé la herida. Escuché un sonido y estaba justo bajo mi piel. Acerqué la muñeca a mi oído y ahí estaba, era intermitente. Seguir seria suicida. Me sentí mareado. No podía más...
Me dormí. Escuché ruidos. Quise despertar. No pude. Y unas voces con idioma desconocido casi electrónico se comunicaban ahí afuera.
En mi intento por abrir los ojos, veo mis manos... A través de una imagen borrosa observo que solo tengo tres dedos en cada una.

Acerca de la autora:
Condessa Nadja.

viernes, 23 de octubre de 2015

Deshoras – Sergio Gaut vel Hartman


—Me quedo trabajando, querida. Supongo que no terminaremos antes de la una o dos de la mañana. El balance...
—Ay, qué pena. ¿En serio no querés venir a comer los ravioli con salsa de hongos que preparé?
—Me encantaría, amor, pero ya conocés a mi jefe; es como si me estuviera apuntando con una pistola. Quiere que terminemos hoy, sí o sí.
—¿El gordo? Sí que lo sé; es un pesado, petulante y soberbio, pero aprecia mis ravioli.
—¿Los aprecia? ¡Qué raro! Si nunca lo invitamos a comer...
—No estés tan seguro, bichi.
—Esperá que le pregunto; lo tengo aquí a mi lado.
—Dejá, mejor le pregunto yo.

Acerca del autor:


Maxi - Héctor Ranea


Aprendió sueco mirando las películas de Bergman. No se sabía de dónde las conseguía ni cómo hacía para que se las pasaran en el cine fuera de horario. Se sospechaba que él mismo activaba las máquinas durante la noche, insomne gracias a las pastillitas. Vio no menos de cincuenta veces El Silencio para contar los tanques que pasaban por atrás de Johan, el hijo de Anna. Era el único que podía repetir el diálogo entre Bibi y Liv, frente al mar y lo hacía tan bien que no pocos pensaban que era homosexual. Se parecía más a un Cristo crucificado que a Block por sus frecuentes inmersiones en la cocaína, que por aquel entonces circulaba sólo en el prostíbulo del pueblo y como él, también creía vivir prisionero de un sueño o de varios sueños o de los sueños de varios.
Aprendió a jugar ajedrez tan sólo para entender cómo se le podría ganar a la muerte, tan bella. Pensó en una variante de apertura con un caballo blanco coordinando el combate final que él llamaba Caballo Loco y era imposible que así pudiera ganar, pero él aseguraba que de esa manera Block vencería a orillas del mar a la alada muerte. 
La novia, casualidad o no, se llamaba Ester y se creía la mujer de su vida, pero ni sospechaba el rigor con que la droga sometía a Maxi. La llevó a orillas del río, lo más parecido que había por esos lados a una orilla pedregosa que en invierno, además, se congelaba. Él le mostró el tablero ya dispuesto con los trebejos ordenados en las dos líneas. Ella hizo el sorteo. Maxi sacó las negras y se dio cuenta de que había perdido. Nunca más vimos ni a Ester ni a Maxi.

Acerca del autor:

Sistemas – Claudia Sánchez


Las últimas crónicas de la era anterior o “de la ilusión”, dan cuenta de un sistema que podía comunicar a todos los seres humanos a la vez. Tuvo muchísimos adeptos aunque no pocos detractores. Los fatalistas advertían que tal sistema atrofiaría las facultades cognitivas ya que reemplazaba gran parte de las funciones cerebrales de la época. Esto produjo la gran segmentación de la raza: quienes no tenían acceso a él, se dedicaban a los oficios y a las tareas rudimentarias. Quienes tenían acceso pero no sabían utilizarlo, perecieron víctimas de autismo sistémico. Y quienes tenían acceso y le sacaron provecho, se dedicaron a las artes -en todas sus manifestaciones- y a la recreación.
Solo los genios que lo crearon podían encargarse de la economía y los negocios que movían al mundo en ese período. Fue en aquella época cuando el planeta alcanzó el equilibrio biotecnológico.
Hasta que una de esas mentes geniales, hacia mediados del milenio, creó una nueva versión, dotándolo de sensibilidad humana y autonomía, dando origen a la era actual. Según el calendario gregoriano de la época, hubo poco menos de 30 años de convivencia con el hombre hasta que, terminando el milenio, éste finalmente desapareció.
Para repetir el tema, activar control Ro y desconectar altavoces internos. Aquellas unidades que tengan dudas, solicitar asistencia con control Alfa. La unidades que deseen ampliación de conceptos, activar Sigma. Gracias por su asistencia. Los espero la próxima clase.

Acerca de la autora:
Claudia Sánchez

TV inteligente - Luciano Doti


Los televisores coreanos vienen cada vez más inteligentes. Me siento en un sillón a ver la repetición de la que fuera mi serie favorita de la adolescencia, aprieto un botón del control remoto de última generación, y la protagonista sale a través de la pantalla, para materializarse en mi living. Entonces, se sienta junto a mí, y durante un instante, venciendo el tiempo y la distancia, ella se me antoja tan real como yo.

Acerca del autor:

Las sombras, los espejos y los pasillos - María Ester Correa Dutari


Detrás de la sombra corrí por los pasillos. La noche ha oscurecido el castillo. No hay luz, se cuela la luna. Perdí la noción del espacio. No sé por dónde ir. Un rayo ilumina la hoja ensangrentada. Otra pasa tras de mí, me persigue, ahora son dos. El miedo encarcela los sentidos. Pierdo la noción del tiempo. (¿Es de noche o de día?) Transpirado, a pesar del frío, corro. (No seré la presa). En el cruce de corredores diviso la primera, o la segunda…. No sé... Somos tres los perseguidos. Una quiere matarme. Al final de los pasillos una vela prendida y tres espejos. Reflejan una figura vieja, afiebrada. Rostro desencajado por el dolor y la muerte. Ojos hundidos, sin vida. Me acerco. Ninguna sombra reflejan. El puñal clavado en mi corazón y la sangre en la lámina, son las últimas imágenes al apagarse la vela.

Acerca de la autora:
María Ester Correa Dutari

lunes, 19 de octubre de 2015

El Gol de los Tiempos - Héctor García


De todas las barbaridades que se han dicho sobre el fútbol, Alexei Semionov, pensador ruso y jugador de principios del siglo XX, planteó algunas de las más curiosas acerca de la razón de ser de este deporte tan festejado por niños y adultos. En uno de sus más olvidables ensayos, gestado presumiblemente durante su breve y funesta campaña como líbero del Dínamo de Moscú, afirmaba haber llegado a la conclusión de que "Dios ha colocado sobre las frágiles espaldas de los hombres la solemne responsabilidad de mantener el equilibrio del Universo entero sosteniendo cierto número de encuentros futbolísticos hasta el Día del Juicio. Y los hombres, ignorando este asunto, debemos limitarnos a divertirnos (o ganar dinero, según corresponda) jugando. Así, hemos de saber que todos los partidos habidos hasta el día de la fecha han resultado como resultaron porque, de haber resultado de otra forma, probablemente hoy no estaríamos contando el cuento.
"Entendamos que lo que hay aquí de fondo es, básicamente, un paralelismo entre balones de fútbol y partículas subatómicas. Cada partícula tiene su propósito sagrado en la Naturaleza, y lo mismo ocurre con las pelotas de fútbol. Así como los electrones orbitan alrededor de los núcleos atómicos gracias a la extraña confabulación de leyes en extremo complejas, las pelotas en los estadios siguen trayectorias de difícil predicción debido a la presencia y las acciones, siempre causales aunque a veces se las crea azarosas, de aquellos que ofician como jugadores.
"Vamos a detenernos un poco en este punto. Imaginemos por un instante que, en un determinado momento y en un determinado lugar del Universo, uno solo de los trillones de trillones de electrones que han de existir recorre un camino que no está destinado a recorrer. Las consecuencias serían, como mínimo, catastróficas. La realidad se vería obligada a adaptarse a este evento de tal manera que todo cambiaría abruptamente: la duración de los días en Yakutsk, la aceleración de la gravedad en Toulouse, el punto de ebullición del agua en Realicó, el período de gestación de los elefantes africanos, los procesos sinápticos de la mosca de la fruta, la química a base del carbono y tantas otras cosas dejarían de ser lo que hoy son por causa de esta modificación no prevista. Tengamos en claro que, en algunos casos, es posible que ningún tipo de vida resulte compatible con hechos de esta clase, lo que daría como consecuencia un Universo triste y carente de testigos.
"Algo similar ocurre con la pelota de fútbol. Este proyectil de cuero exalta y conmueve a las masas no solo por la pasión que despierta el juego en sí, sino además y principalmente porque la gente, aunque inconsciente de ello, intuye que hay algo especial y determinante en sus movimientos hipnóticos y en sus rebotes inesperados. Una finta que no debió ser o un tiro libre ejecutado fuera de ese guión definido por reglas que no comprendemos porque ni siquiera imaginamos que están allí, y todo se acaba. Todo.
"Pero dejemos un poco de lado estos razonamientos trágicos y pensemos que, así como nuestro electrón no irá de excursión porque sí a las Montañas Rocallosas en lugar de quedarse tranquilo junto a su núcleo de carga positiva, la pelota de fútbol no entrará en el arco si no es ese su destino, y las cosas seguirán siendo como siempre las conocimos. Una consecuencia llamativa de esto es que absolutamente todo lo que vemos en un partido, incluso sucesos tan nefastos como una expulsión o un penal mal cobrados, tienen su razón de ser y, de hecho, es preferible que así sean si deseamos continuar con nuestras vidas cotidianas.
"Advirtamos, además, que esta visión del fútbol explicaría por qué sus protagonistas son considerados con frecuencia titanes de la Humanidad, mientras que otros miembros de la sociedad que, en principio, merecerían con creces gozar de dicho título, logran alcanzar un grado de notoriedad más bien exiguo. Nuevamente, esta idolatría es puramente intuitiva: el hombre promedio no adivina ni por asomo que venera al futbolista ni más ni menos que por su rol de guardián de la realidad de la que forma parte."
Al margen de lo que podamos decir acerca de los conocimientos científicos y religiosos de este filósofo de potrero, los pocos que se han interesado en su vida concuerdan en que sus teorías son cuanto menos llamativas. Por un lado, otorga a acontecimientos como el Maracanazo un sentido muchísimo más profundo del que suponemos que tienen, y por otro no duda en aceptar ciegamente los arbitrajes decadentes como ladrillos imprescindibles de la realidad que percibimos. En el ocaso de sus días, completamente pobre, solo y víctima de delirios místicos, mantenía incansablemente que el Mesías "volverá como jugador de fútbol y será el único capaz de violar los libretos divinos preestablecidos, al convertir un gol tan magníficamente glorioso que todos comprenderán al instante que el Apocalipsis habrá comenzado."
Una aguda enfermedad del corazón envió a Semionov derecho a la tumba siendo relativamente joven, y dejando a sus escasos seguidores la ardua tarea de hallar, entre todos los habilidosos del balompié que nos entrega esporádicamente la Historia, a Aquel que señale el Fin de los Días. Hoy, varios años después de su muerte, algunos de sus discípulos esperan con impaciencia la inminente venida del Rey de Reyes y su Gol de los Tiempos, mientras que otros opinan que el Elegido ya llegó, anotó y nos condenó sin que nos percatáramos de ello. Un tercer grupo, cada vez más numeroso, ha dado a luz la novedosa idea de que existen, en verdad, no uno sino varios Mesías capaces de cambiar el curso de nuestras vidas sin más herramientas que sus gambetas ineludibles y sus jugadas maravillosas. Sea cual fuere el caso, queda claro que el fútbol seguirá emocionándonos hasta el delirio por los siglos de los siglos.

Acerca del autor:
Héctor García

Generación Z - Claudia Sánchez


Quan Chi y Kano amaban a Sonya. Nada les importaba el futuro que los dioses  tuvieran previsto. Por ella se batieron con los más feroces luchadores, hasta quedar enfrentados el uno al otro. Todo lo hacían por obtener su atención. No sabían que la desaparición de Blaze la había convertido en la más poderosa de Edenia. Ni que los poderosos prefieren morir antes que compartir su poder. Lo supieron cuando la vieron, en la cima de la pirámide, enfrentando al dios del trueno con tal energía, que su cuerpo se pulverizó en una explosión, creando una onda expansiva que destruía todo a su paso. Sólo entonces comprendieron que la lucha, como vaticinaron los dioses, estaba terminando y que ellos tampoco vivirían la nueva era de paz.
—No, má, vos no entendés. No se pueden morir todos. Si no ¿contra quién vamos a luchar en la próxima versión del juego?

Acerca de la autora:
Claudia Sánchez

La danza de Shiva – Tanya Tynjälä


Él se bañó escrupulosamente, como todas las tardes. Se dispuso a cumplir con sus metódicos ritos para vestirse, pero vio en su reloj de pared que ya era casi la hora de su reunión virtual diaria. Se apresuró, tratando mal que bien, de cumplir los ritos.
Se sentó ante su gran pantalla para conversar con Ella. Ya no recordaba cómo empezaron esas reuniones, pero le agradaba compartir esos momentos con alguien tan bella como inteligente. Los temas eran quizá aburridamente filosóficos para algunos, pero Él los encontraba fascinantes. Inclusive diría que había dado su alma gemela. ¿Se estaría enamorando?
La pantalla se encendió y la imagen contrariada de la joven se presentó.
—¡Hola!... te noto extraña hoy, ¿pasa algo malo?
—Sí — una ligera sonrisa se dibujó.— Me han cancelado un proyecto en la universidad en la que trabajo, falta de fondos.
—¡Oh! ¡Lo siento mucho! Ese es un gran problema mundial, la falta de fondos. La crisis, ¿sabes?
—Sí.— Suspiró. — Tú jamás me has preguntado en qué trabajo.
—Por los temas que tocamos siempre pensé que eras filósofa, no he sentido la necesidad de corroborarlo. — Sonrió.
—En realidad soy ingeniera informática, especializada en inteligencia artificial.
—¡Jamás lo hubiera pensado!
—Hace unos años presenté mi mayor proyecto, la de hacer que un cerebro artificial fuera capaz de razonar, de elaborar ideas complejas.
—Cogito ergo sum.
—Exacto. Funcionó, era increíble ver cómo el cerebro era capaz de sacar sus propias conclusiones sobre lo que significa existir y vivir por ejemplo.
—Uno de nuestros temas favoritos.
—Sí. Bueno, la universidad me dice que ya probé mi punto, que se están gastando muchos fondos y que se necesita ese dinero para otros proyectos nuevos.
—Siento que eso te pase.—Hubo un embarazoso silencio que Ella interrumpió abruptamente.
—Eres la danza de Shiva y yo soy Shiva.
Él se sintió confundido.
—¿Perdón?
—Existes pero no está vivo.
Él se sintió de pronto muy incómodo.
—Eres mi proyecto, debo apagarte.— Dijo y se puso a llorar.
Él pensó en una broma de mal gusto, pero las lágrimas de Ellas lo angustiaron.
—¿De qué hablas? ¡Claro que existo y estoy vivo! ¡Esta es mi casa, mis cosas!
—¿En qué trabajas? ¿Quién es tu familia?
No pudo contestar.
—Lo siento, se acerca la hora, debo apagarte.
—¡No! —Gritó Él desesperado. —¡Espera, no me pueden hacer esto, estoy vivo!
—No. —Dijo Ella y volvió a llorar. —Existes, pero no estás vivo. Lo siento, ya es hora.
Él quiso decir algo más, pero cayó en la nada.

Acerca de la autora:
Tanya Tynjälä

Sentido - Mario Capasso


El hombre creía en la existencia de un lenguaje subterráneo y se había propuesto hacer algo al respecto.
Un poco en broma y un poco en serio, durante varios días su cabeza giró alrededor de la idea de ponerse a cavar en alguna biblioteca.
Finalmente optó por explorar las líneas de subtes. Debía recorrerlas de punta a punta, las veces que resultaran necesarias, pasando de un vagón a otro, tratando de darle un sentido al viaje, donde cada palabra contaría, como mínimo, con un andén y una salida, pero había que escarbar para encontrarlos.

Acerca del autor: 
Mario Capasso

Página en rojo - José Vicente Ortuño


Sintió vértigo ante el abismo cegador de la página en rojo, pero no porque fuese incapaz de llenarla con una buena historia. Al contrario, acababa de terminar su obra maestra, la mejor novela que había escrito en su vida, la que lo lanzaría definitivamente a la fama. No era terror a la página en blanco lo que sentía, sino agonía, porque alguien le había seccionado la yugular y la sangre le salía a borbotones, salpicándolo todo, empapando y emborronando los folios que contenían el culmen de su obra literaria.
Mientras moría pensó: “Es una lástima no poder disfrutar de la gloria de mi obra póstuma”.

Acerca del autor: 

jueves, 15 de octubre de 2015

La última celada – Sergio Gaut vel Hartman


El Gran Maestro Vladimir Lapotov, alertado por sus propias triquiñuelas de que el mundo del ajedrez había sido pervertido por el mal uso de la informática, empezó a jugar la partida decisiva del XC Torneo de Hastings con los sentidos alerta y el ánimo perturbado. Su adversario, el Gran Maestro Kostantin Szabó, venía ganando todos los juegos sin que sus rivales pudieran ofrecer la menor resistencia. Lapotov intuía que Szabó se había hecho implantar un puerto de entrada de ondas xi, la última moda en materia de empaquetamiento de señales, y que un operador manejaba una Jubka Premium, el non plus ultra en materia de ordenadores ajedrecísticos, enviándole las mejores jugadas posibles. Por lo pronto, y tras una apertura en la que el húngaro había sacado una ventaja posicional notable, Lapotov se encontraba maniatado, casi sin contrachances en un medio juego complicado. Su rabia fue en aumento y cuando Szabó hizo una jugada que tenía el inconfundible sello de Jubka, y lo dejaba en posición desesperada, Lapotov se levantó de su silla y sacando una Glock del bolsillo le voló la cabeza a Szabó. Pero enorme fue su sorpresa al ver que de la herida, de la que debería haber manado sangre, saltaban chips, relés y nanotransmisores. La sala contuvo el aliento y hubo un instante de tensa incertidumbre que fue roto por  Igor Torilenko, el entrenador de Kostantin Szabó, quien dándole un empujoncito al simulacro suplente, lo hizo sentar frente al tablero mientras los ordenanzas limpiaban el estropicio.
—Aquí no ha pasado nada —dijo Torilenko—. La partida sigue.

Acerca del autor: 

Tres naranjos sobre fondo azul - Héctor Ranea


Andrea venía planeándolo hacía dos años, de modo que la peste que se desató esa temporada le dio la coartada que faltaba. Se haría pasar por muerto durante la epidemia para después matar a su antiguo maestro. Era tanta la bronca que tenía que sería capaz de firmar sus obras con cualquier nombre, con tal de plantarle un buen cuchillo en la panza al regordete ladrón. Así, puso en marcha un buen plan de asesinato, casi una obra de arte.
Fue a la taberna maquillado con el color de piel de los apestados, echando espuma por la boca y con señales de haber sufrido una diarrea de sangre. Sus amigos, aun reconociéndole, dieron vuelta la cara, tapándose a su vez las suyas con sus vestimentas para evitar el contacto con el apestado. 
Un par de años antes de la peste Domingo, el veneciano de marras, había encomendado a Andrea terminar lo que él estaba pintando pues tenía que ausentarse. El dueño del palacete quedó muy contento con lo que hizo el asistente Andrea pero, cuando volvió, Domingo se rió de esa porquería y la hizo destruir, cosa que provocó la ira del dueño de casa y el odio del otro artista. Por si eso fuera poco, en ese episodio Domingo robó un boceto de tres naranjos contra un cielo perfectamente azul que tenía guardado Andrea y lo puso en un retablo bajo su firma. 
Los años que siguieron al de la peste no fueron excepcionalmente malos para Andrea. En su juego de escondidas, trabajó en pueblitos perdidos adonde nunca había llegado ningún dios, pintando como Domingo para dejar aún más perplejos a quienes lo buscaran por el asesinato. Si lo buscaban.
Una noche de verano, casi cuatro años después, tomó la decisión y volvió.
Los conocidos daban a Andrea por muerto y sepultado de modo que, desprovisto de barba y con los pelos blancos, nadie lo reconoció cuando pidió una botella de Chianti en la taberna. Ahí estaba el miserable Domingo, recién vuelto de una velada con su guitarra. Como le habían pagado unas monedas pudo comprarse algo de comer, arruinado como quedó después de las últimas empresas y los enojos repetidos de sus clientes.
Domenico terminó su mínima cena y caminó hasta llegar a su pensión. En una esquina, cierta luz iluminó el rostro de Andrea unos segundos antes de que éste le clavara dos veces en la panza un cuchillo largo, de los que usan en la montaña para castrar cerdos salvajes recién cazados. 
Mientras lo acuchillaba le preguntó dos veces: —¿Sabes quien soy? 
Lo dejó desangrándose en la calle angosta con la guitarra a guisa de collar.
Lo encontraron al alba delirando que Andrea lo había malherido. Al tratar de moverlo se les murió. Todos sabían que Andrea había jurado hacerlo, pero había muerto hacía ya tiempo. Nadie le creyó al desdichado veneciano. Casi nadie.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

¿Qué es qué? - Alejandro Bentivoglio


El extraterrestre era bajito y cabezón. Miraba fijo con sus inexpresivos ojos negros. Bruno le preguntó si quería algo. El extraterrestre no le respondió nada.
—¿Entonces, para qué me despertaste? —preguntó Bruno, indignado.
El extraterrestre se encogió de hombros, como queriendo decir que había sido Bruno el que lo había despertado a él.
Luego, alguien realmente abrió los ojos.

Acerca del autor: 

Ap. 6:1- Daniel Frini


Entonces, el Cordero abrió el primero de los sellos del Libro y vi al primer jinete. Llevaba un arco y una corona, y le fue dado el poder de vencer a sus enemigos. Su nombre era Victoria.
El Cordero abrió el segundo de los sellos del Libro; y vi al segundo jinete. Llevaba una espada muy grande y le fue dado el poder para quitar la paz de la tierra y hacer que los hombres se maten unos a otros. Su nombre era Guerra.
El Cordero abrió el tercero de los sellos del Libro; y vi al tercer jinete. Llevaba una balanza en su mano. Su nombre era Hambre.
El Cordero abrió el cuarto de los sellos del Libro; y vi al cuarto jinete. Lo seguía todo el infierno y le fue dado el poder sobre la tierra, para matar con la espada, con el hambre, con la peste y con las fieras. Su nombre era Muerte.
Vi, también, que Victoria iba montado en un burro petizón, de pelaje tordillo blanco, de cabeza grande y orejas caídas. Con el trote lento, la corona de Victoria estaba ladeada, y el arco a su espalda subía y bajaba, como un elástico, al ritmo de la marcha.
Y vi que Guerra jineteaba un caballito de madera, de color rojo, con rueditas, como aquel que me regalaron mis padres para navidad, cuando yo tenía seis años. Guerra se impulsaba, trabajosamente, con sus pies; renegando en el terreno pedregoso. Arrastraba su espada, que dejaba un surco enorme en la tierra.
Y vi que Hambre montaba un matungo negro; viejo, muy viejo, afiebrado, con cicatrices de heridas antiguas y costras sanguinolentas de heridas nuevas en el lomo, las patas y la cabeza. Hambre llevaba la balanza colgada a un costado de la montura, llena de polvo y con vestigios de telarañas.
Y vi que Muerte cabalgaba un viejo caballo de calesita —reliquia arrancada de alguna plaza— de fibra de vidrio, pintado con laca amarilla descascarada. Los de la primera fila de la legión del infierno que lo seguía, se sonreían. Los últimos lloraban en franca carcajada.
Y oí que Victoria decía “Ya nadie nos respeta…”
Y oí que Guerra decía “Nadie cree en nosotros…”
Y oí que Hambre decía “Estamos muy viejos para estos trotes…”
Y oí que Muerte decía “Estos de atrás, la verdá que me rompen soberanamente las pelotas…”

Acerca del autor: 
Daniel Frini

La bandera - Pablo Neruda


Mi bandera es azul y tiene un pez horizontal que encierran o desencierran dos círculos armilares. En invierno, con mucho viento y nadie por estos andurriales, me gusta oír la bandera restallando y el pescado nadando en el cielo como si viviera. Y por qué ese pez, me preguntan. ¿Es místico? Sí, les digo, es el simbólico ictiomín, el prescristense, el cisternario, el lucicrático. el fritango, el verdadero, el frito, el pescado frito.
—¿Y nada más?
—Nada más.
Pero en el alto invierno allá arriba se debate la bandera con su pez en el aire temblando de frío, de viento, de cielo.

Acerca del autor:
Pablo Neruda

domingo, 11 de octubre de 2015

El asunto de los gorgojos – Sergio Gaut vel Hartman


—¿Y cómo le dio por criar gorgojos, Pudibundo, si se puede saber?
—Se puede, Fracasia, se puede. Verá, estaba yo ayunando para honrar la fiesta del Peridonal...
—¿Es usted marmórico, Pudibundo? Jamás lo hubiera imaginado.
—No se confunda, Fracasia. Los que festejamos el Peridonal somos los excrementiceos de la divina deposición. Pero no me aparte del tema, por favor.
—Lo siento, continúe con su instructivo relato.
—Continúo. Como usted bien sabe, o tal vez ignore, da lo mismo, las honras excrementiceas se efectivizan mediante un ayuno ecléctico previo, que consiste en la ingesta de harinas leudadas a las que se somete a un proceso de estacionamiento que dura seis meses, seis días y cinco horas. 
—¿Así de exacto, Pudibundo?
—Así de exacto y riguroso, Fracasia. Pero no me interrumpa, por favor.
—Perdón de nuevo. Siga, siga.
—Inevitablemente un lapso tan prolongado de almacenamiento de las harinas facilita la proliferación de gorgojos de todo calibre.
—¿Hay muchos calibres de gorgojos, Pudibundo?
—Infinitos, Fracasia, pero le vuelvo a rogar que no me interrumpa.
—Perdón una vez más; no lo volveré a hacer.
—En esas circunstancias, en vez de separar la paja del trigo, o los gorgojos de la harina, que es casi lo mismo, advertí que el ayuno derivado de las honras excrementiceas podría tener unos interesantes efectos derivados.
—Y fue ahí que empezó a criar gorgojos.
—Aún no. La iluminación me llegó varios días después, justamente cuando me presenté ante el Zor de Verano, que es quien recibe las ofrendas de Peridonal.
—Es decir, el Peridonal se festeja en verano.
—No. El Peridonal se festeja en otoño. El Zor recibe ese nombre porque la acumulación de ofrendas eleva la temperatura del templo. Pero me ha interrumpido de nuevo, Fracasia.  
—¡Soy incorregible!
—En absoluto. Ya verá que se enmienda en cuanto le aplique mi correctivo especial, que consiste en una...
—Ahora el que se está apartando del tema de los gorgojos es usted...
—Tiene razón. Reanudo y enlazo. Al presentarme ante el Zor de Verano y contemplar su rostro enjuto y picudo como el de un gorgojo, con su aparato bucal masticador en el extremo de una probóscide, en ese mismo momento, recibí el mandato del Máximo Depositor para que dedicara el resto de mi vida a la cría de esos inofensivos y simpáticos insectos.
—Pero si usted dedica el resto de su vida a la cría de gorgojos no tendrá tiempo para cultivar nuestra amistad y la misma se marchitará como un rosal mal regado.
—No proteste, Fracasia. La vida es como es, no como a uno le gustaría que fuese. Y, por otra parte, tenemos el asunto ese del correctivo, que nos unirá para siempre.
—Tengo curiosidad por saber en qué consiste el correctivo, Pudibundo.
—Ya mismo se lo explico. Venga a mi recámara y quítese toda la ropa, Fracasia.
—¿Toda, Pudibundo?
—Absolutamente toda, Fracasia.

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Ojo previsor - Héctor Ranea


Lord Carnarvon cuenta en un libro inédito que Sir Buttersword tenía un ojo con el que veía el futuro. Jugaba a ser tuerto para no mezclar futuro y presente y no poner en evidencia cuál era el ojo previsor. Usaba dicha facultad para adivinar qué clase de té tomarían las señoritas o cuándo debía esperar favores de ellas. Nunca, asegura Carnarvon en su libro, lo usó para cuestiones deshonestas en el bridge o en cualesquiera otras actividades pero, también estaba obligado a decir, tampoco se supo nunca la extensión de futuro que su ojo abarcaba.

Acerca del autor:

Un encuentro casual - Rogelio Ramos Signes

a Mónica Cazón

Iba caminando por una calle desconocida para mí, cuando me topé con Drácula. Estaba bastante cambiado. No llevaba capa, sino una especie de chaquetita torera. Era más bajo y gordito de lo que yo me había imaginado. No se le veían los colmillos y usaba unos anteojos descomunales. Además su cabello era diferente al que lucía en las películas; parecía una peluca entre pelirroja y plateada.
Si tenemos en cuenta que el encuentro fue de día y no de noche, que es la hora en que suele andar por ahí mordiendo gente, tal vez no se trataba de Drácula. ¿No sería Elton John? me pregunto.

Acerca del autor:
Rogelio Ramos Signes

La construcción del universo - Ana María Shua


Siete millones de eones tardó en construirse el universo verdadero. El nuestro es sólo un proyecto, la maqueta a escala que el gran arquitecto armó en una semana para presentar a los inversores.
Estuve allí.
El universo terminado es muchísimo más grande, por supuesto, y más prolijo. En lugar de esta representación torpe, hay una infinita perfección en el detalle.
Y sin embargo, como siempre, los inversores se sienten engañados. Como siempre, realizar el proyecto llevó más tiempo, más esfuerzo, más inversión de lo que se había calculado. Como siempre, recuerdan con nostalgia esa torpe gracia indefinible de la maqueta que usaron para engañarlos.
No deberíamos quejarnos.

Acerca de la autora:
Ana María Shua

No vuelve - Alejandro Bentivoglio


Cuando al muñeco se le acabaron las pilas pensamos que lo mejor era tirarlo, porque nadie tenía ganas de ir hasta el kiosco para comprar pilas nuevas y lo cierto es que ya no nos servía para nada.
Fue entonces que el muñeco se levantó, se puso un pequeño sombrero y se fue dando un portazo.
—Ya volverá —nos dijimos.
Pero ahora, que es de noche, se nos ocurre que un tipo con orgullo sabe darse cuerda ahí donde jamás la tuvo.

Acerca del autor: 

miércoles, 7 de octubre de 2015

El invento de Tsvetov - Pablo Sanucci


La máquina de transformar la tristeza fue inventada por el ruso Mikhail Tsvetov en 1908. En las primeras pruebas la aplicó a un viejo oso del zoológico de Samara. Necesitó de varios ajustes hasta que la pesadumbre del animal encerrado se viera disminuida. Aplicar la acción correctora era lo de menos, porque consistía en ondas de radiofrecuencia que generaba la máquina, para lo cual la cabeza del animal podía estar distanciada hasta un metro de las antenas emisoras. Lo complicado, con el oso, fue enfocar el lector de fosforescencia residual de la retina que debía apuntar a uno de los ojos durante pocos segundos. Con la información de este detector, la máquina ajustaba la frecuencia y la amplitud de los pulsos de las ondas de radio, de manera que incidan sobre el centro de la tristeza en el cerebro. Pasados dos días de aplicaciones, el animal perdió la apatía y la agresividad y empezó a comportarse como un perro domesticado común y corriente, mostrando inusitada alegría cuando veía al cuidador del zoológico, al doctor Tsvetov o a su ayudante. Este último fue el primer humano, cuya consternación natural por la reciente muerte de su madre, desapareció totalmente gracias a la máquina. No había alcanzado a transformar la tristeza de una docena de personas cuando el gobierno ruso tomó conocimiento del invento, destruyó el aparato y exilió a su creador en un pequeño pueblo de Siberia. La gente sin tristeza no tiene interés en pertenecer a un sistema.

Acerca del autor:

Asesinato sin testigos - Javier López


—¿Han detenido ya al agresor? —pregunté al jefe de policía, al que unos minutos antes había pedido cita en su despacho.
—No, aún no. Ese vagón de metro no tenía cámaras de seguridad.
La noticia había llegado hacía un par de horas a la redacción del periódico. Trabajo en la sección de sucesos locales y pocas veces había tenido un caso de tan extrema violencia. El individuo había entrado en el vagón de metro, le había dado una paliza mortal a un pasajero que estaba aún de pie y le había robado todas sus pertenencias. Diecinueve personas viajaban en el mismo vagón. Por eso se me hizo urgente entrevistarme con el jefe de policía, imaginando que el caso estaría prácticamente resuelto después de la declaración de los viajeros.
—¿Y qué descripción han dado los testigos? ¿Trabajan ya sobre alguna pista firme? —pregunté mientras garabateaba algo sobre mi cuaderno de notas.
—No hay ninguna descripción, nadie vio nada —contestó con cierto desdén.
—¿Me está diciendo que una veintena de personas viajan en un vagón, asesinan a una de ellas ante los ojos de todos los demás, y nadie vio nada? ¿Los narcotizó el agresor? ¿Amenazó a los testigos para que no hablaran?
—Nada de eso. Dieciséis de los pasajeros estaban muy ocupados consultando sus teléfonos móviles.
Entonces pensé que el jefe me ocultaba algo y que la clave para la detención del asesino estaría en esos otros tres pasajeros a los que no quería hacer referencia. Así que decidí preguntarle.
—¿Y qué me dice sobre los otros tres? —con mi tono firme traté de tomarle por sorpresa.
—Que usaban tabletas —respondió sin apenas levantar la vista de su mesa de trabajo.

Acerca del autor:
Javier López

Plazas llenas de gente – Jordi Cebrián


Las plazas siguen llenas de gente. Intolerable, claro. Pero las palomas mensajeras vuelan libres de balcón a balcón. ”Quienes llenan el espacio público son distintos entre sí, tienen consignas diversas, piensan distinto unos de otros”, cuentan con horror los pregoneros. Ministros, emperadores y aspirantes al trono intercambian culpas, sin saber a quien pertenece toda esa gente, y en el fondo todos desean salir también a la calle, haciendo ver que ellos también son diferentes de los demás, de los suyos, e incluso de sí mismos si es necesario. Pero no se atreven. Las plazas siguen llenas de gente. Intolerable, claro.

Acerca del autor:
Jordi Cebrián

sábado, 3 de octubre de 2015

Último acto – Cristian Mitelman


En el último día, Shakespeare congregó a sus actores.
De la taza de té brotaba un vapor de agua que formaba imágenes difusas. Pensó que eso bien podía ser material para un soneto, pero ya no había mucho tiempo.
A cada uno le pidió que recitara un fragmento que le viniera a la memoria.
Uno se esforzó por ser Marco Antonio despidiendo a César, otro fue Próspero al abandonar sus magias, aquel intentó representar los horrores del asesino de Duncan.
Por último le llegó el turno al contrahecho del grupo. Quiso recordar, pero fue en vano. Solo se quedó mirando la agonía del poeta.
—Eres el único que ha comprendido —dijo Shakespeare.


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Cristian Mitelman

La dascha - Abel Maas


Al principio, da la impresión que se acercan para compartir intereses culturales o científicos, pero en nuestra familia sabemos olerlos: hay personas  y animales de ambos sexos a los que sólo les interesa abusar de nuestro cuerpo, les gusta hacer eso y no hacen otra cosa que planearlo todo el santo día, buscando el mejor modo de pegar el zarpazo.
Pero no sólo somos víctimas sufrientes de nuestra belleza y atractivo personal, sino también de nuestro encanto arrasador, una mente fuera de lo común, la voz y la mirada, las uñas siempre limpias, y eso nos viene tanto del lado de la rama paterna como de la materna pero más de la paterna.
Una elegancia pero no la de la ropa, sino la del alma, una gracia pero no la de los chistes hablamos de la gracia de Dios  un corazón generoso, esa sagrada debilidad, como decía mi tía Beatriz, un estar a merced, siempre sin desatender la evolución de las cotizaciones de la bolsa de valores. Aúllan con todo eso y nos agarran indefensos, pensando en las musarañas.
La leyenda cuenta que la cosa empezó hace tres siglos, en Lubelskie, el día en que un antepasado salió de su dascha mientras caía una fuerte nevada;  se desnudó completamente y con su larga barba blanca cubriéndole los genitales, se paró en el medio de la calle, alzó su cabeza bíblica, abrió lentamente los brazos y dijo: “nijai budietak”, que en ruso quiere decir: “y sin embargo es gracioso”.
A ciencia cierta, nadie supo nada nunca si la traducción era la correcta y no es asunto que interese, pero eso fue exactamente lo que sucedió. Después pasaron más cosas a las que fuimos sometidos, pero los del concurso exigen las famosas 300 palabras, contando el título.

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