sábado, 11 de marzo de 2017

Consejos para nóveles escritores - Saurio


Ponga una palabra tras otra hasta formar una frase coherente. Obviamente, la coherencia de la frase dependerá de qué tipo de literatura usted piensa abordar. Por ejemplo, si usted escribe “Como una debilidad de gorra, no te acerques la camisilla para hablarme de un soldado” o “Justinegando la furtolerancia, el imbecilimio veregundó las gachas”, estas frases serán coherentes sí y sólo sí piensa abordar géneros de vanguardia o experimentales, mientras que frases como “—Dios mío!— dijo la condesa — ¡Estoy embarazada y no sé quién es el padre!” son coherentes si usted encara una novela gótica romántica o una narrativa posmoderna, plena de guiños y referencias a la cultura popular y masiva dirigidos a un lector que, como usted, entiende la ironía de la frase.
Sea como sea, una vez que terminó de escribir la primera frase repita el proceso tantas veces como sea necesario. Por supuesto, salvo que se haya decidido por los géneros experimentales más radicales, trate de que todas las frases guarden una relación entre sí, de modo que el producto final parezca tener una coherencia interna, un estilo propio e, incluso, un argumento definido.
Relea lo escrito, exclamando ocasionalmente (digamos, cada dos o tres párrafos) elogios a su propia originalidad, genialidad y/o creatividad. El propósito de esto es, como ya se habrá dado cuenta, estimular su ego al punto de que sienta la necesidad de escribir otro texto, superador del primero.
Repita el proceso de escritura, lectura y estimulación del ego cuantas veces sea necesario, aunque recomendamos hacerlo con moderación, ya que es muy común que algunos escritores nóveles se excedan y muy pronto se encuentren embarcados en una voluminosa novela-río, con el consiguiente riesgo de ser llevados por la correntada.

Acerca del autor:
Saurio

La Isla Tortuga (Leyenda Ugudibuu) – Tanya Tynjälä



Dicen que en un principio, cuando el mundo estaba Nuevo, los hombres vivían en una isla muy cerca de la tierra. Esta isla estaba llena de grutas y cuevas en donde los hombres habían decidido vivir para protegerse del calor y del frío. Sin embargo no había vegetación y mucho menos animales. Así pues, los hombres debían nadar hacia la tierra para recolectar frutas, verduras y cazar pequeños animales con los cuales se alimentaban. Esto lo hacían muy rápido pues temían a las grandes fieras.
Era la razón por la cual preferían vivir en la isla. Mudarse a la tierra les hubiera facilitado la vida, pero tenían tanto miedo a ser devorados en vez de ser devoradores que preferían nadar hacia la tierra cuando lo necesitaban. Por suerte para ellos ninguna de las grandes fieras sabían nadar.
Un día la isla empezó a temblar; primero ligeramente, luego tan fuerte que algunos murieron al caer de las cuevas más altas. Un hombre se atrevió a salir para indagar qué pasaba y no pudo creer lo que veían sus ojos: su isla era en realidad una gigantesca Tortuga que había despertado de su largo sueño de años y nadaba tranquilamente por el mar.
Diez días duró la travesía de la Tortuga con los aterrorizados hombres escondidos en las cuevas de su caparazón, muriendo de hambre y de sed. Finalmente llegó a otra tierra, se acercó a la orilla, comió árboles hasta saciarse y al terminar, metió la cabeza y se quedó dormida.
Los hombres se apresuraron a salir de la Tortuga. Salieron cientos, miles y poblaron la tierra. Preferían correr el riesgo de ser devorados por las fieras a tener que soportar otro viaje en el gigantesco animal.
Desde ese día el hombre dejó de ser el parásito de la Tortuga y se convirtió en el parásito de la tierra.

Acerca de la autora:
Tanya Tynjälä

El Segundo Sello - Daniel Frini


―Mire ―dijo el traficante, poniendo el fusil en manos del comprador―. Hache ka cuatro dieciséis, calibre cinco cincuenta y seis, novecientos rondas por minuto, mira rebatible…
―¡Pecador! ―bramó el pastor, detrás del cliente.
―Cállese.
―¡Satanás!
―No joda―contestó el vendedor, resignado.
―¡Sus armas hacen la guerra! ¡Esto ―dijo el pastor, mostrando el Libro ―construye la paz!
―¿Si? Constrúyame una paz. Chiquita nomás. De un metro de alto.
―¡Blasfemo!
El cliente dejó el fusil y huyó.
―Blasfemo las pelotas. Perdí una venta ―dijo el traficante, enojado. Y retomando su rol de vendedor, continuó ―. Usted pelea una guerra, y pretende ganarla con ese libro. Tírelo, y le hará un chichón al primero. Pero los que vienen atrás se lo van a comer.
―¡Esta es la Palabra…
―Si hay una guerra, …
―…de Dios!
― …yo tengo el arma que necesita.
―¡Mercader de muerte!
―Una pistola de rayos evangélicos.
―¡Filisteo!...¿Una qué?
―Pistola de rayos evangélicos.
― …
―Mírela. Acero sagrado, refrigeración con óleo santo, selector de canónicos o apócrifos, detector iónico de infieles, lanzagranadas de agua bendita…
―¿Funciona?
―Qué pregunta.
―¿Cuánto cuesta?
―La primera se la regalo.
―¡La llevo!
―Cuidado. Está cargada con el Evangelio de Juan.
―¡Dios te bendiga, hermano!
―Aleluia.

Acerca del autor:
Daniel Frini

lunes, 6 de marzo de 2017

Largamente - Juan Manuel Valitutti


Caminaba con mi nene por una calle céntrica.
Vimos a un hombre tirado en la acera, arrumbado en un rincón. Estaba sucio, roto y olvidado.
—¿Qué le pasa al señor, papá? —Mi hijito lo señalaba con el dedo.
Yo no dije nada. Y seguimos caminando.
No avanzamos una cuadra, cuando me acuclillé, tomé a mi retoño por los hombros y lo abracé largamente.

Acerca del autor:
Juan Manuel Valitutti

Zapatos - Daniel Frini


Dejó las pantuflas de bajar ascensores y se calzó las chinelas de transitar lobbies. En la puerta las cambió por mocasines de caminar veredas. Llegó a la esquina, se puso botas para saltar charcos y bajó a la calle. En la senda peatonal las reemplazó por sandalias de cruzar calzadas. Absorto en sus cosas, no prestó atención a la bocina de romper oídos y lo atropelló un auto que circulaba sobre ruedas de cansar ciudades.

Acerca del autor:
Daniel Frini 

La larga espera - Daniel Frini


Esperó toda su vida por la mujer que le estaba destinada. No supo si nunca apareció, si vino y no la vio, no la reconoció, o él no era el indicado para ella. Murió y lo enterraron al lado de una vieja sorda que no se queda quieta en el cajón.

Acerca del autor:
Daniel Frini