jueves, 31 de diciembre de 2015

Sueño triangular - Fernando Pessoa


La luz se había tornado de un amarillo exageradamente lento, de un amarillo sucio de lividez. Habían crecido los intervalos entre las cosas, y los sonidos, mas espaciados de una manera nueva, se producían inconexamente. Cuando se oían, terminaban de repente, como cortados. El calor, que parecía haber aumentado, parecía estar, siendo calor, frío. Por la leve rendija de las contraventanas se veía la actitud de exagerada expectativa del único árbol visible. El silencio le había entrado con el color. En la atmósfera se habían cerrado pétalos. Y en la propia composición del espacio una interrelación diferente de algo como planos había alterado y roto el modo como los sueños, las luces y los colores usan la extensión.

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El patriota y el banquero - Ambrose Bierce


Un Patriota que, siendo pobre, había accedido a un puesto en el gobierno, y lo había abandonado rico, se presentó en un Banco, donde deseaba abrir una cuenta.
—Con mucho gusto —dijo el Banquero Honesto— será un placer para nosotros hacer negocios con usted; pero primero tiene que convertirse en un hombre honesto, devolviendo todo lo que robó desde el Gobierno.
—¡Bendito cielo! —exclamó el Patriota—. Si hago eso, no me quedará nada para depositar en el Banco.
—No me parece —respondió el Banquero Honesto—. Nosotros no somos todo el pueblo americano.
—Ah, comprendo —contestó el Patriota, reflexionando—. ¿En cuánto estima la proporción que le corresponde al Banco, del dinero que el país perdió por mí?
—Un dólar —respondió el Banquero Honesto.
Y con orgullosa conciencia de servir a su país con sabiduría y propiedad, cargó esa suma en la cuenta.

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miércoles, 30 de diciembre de 2015

No previsto – Sergio Gaut vel Hartman


Los escritores de ciencia ficción exploraron miles de variantes de lo que podría ser una invasión extraterrestre. Desde los ooloi de Octavia Butler hasta los insectoides de Scott Card, pasando por los marcianos de H. G. Wells, Fredric Brown, los Strugatski y una legión más, hemos conocido criaturas verdes de ojos saltones, saltamontes de ojos planos, babosas, medusas, aracnoides... Lo que ninguno de estos preclaros creadores pudo anticipar es que la Tierra sería invadida por unos asquerosos seres con forma de svástica, nazis hasta la médula, pedófilos, humanófagos, homofóbicos, y tan pervertidos que Elizabeth Báthory, Hannibal Lecter, Andrei Chikatilo, Joseph Menguele y Gilles de Rais, a su lado, resultan ser bebés de pecho que hace un minuto han mamado su segunda teta.

Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman

Un caso de traición - Javier López


Esa mañana fue la primera que vi un amanecer. Sara se había citado conmigo para contemplarlo juntos, como símbolo del comienzo de nuestro amor, recién acontecido la noche anterior.
Ella llevaba razón cuando decía que mi vida nocturna no conducía a nada. Que la noche es oscura y sólo mueve sombras. Que únicamente bajo la luz de nuestro astro es comprensible, abarcable, la grandeza de la creación. Y es cierto. La noche tiene estrellas que atrapan las miradas, pero no son capaces de iluminar el cielo y ocultan la belleza del mar, de las montañas, de los ríos y los prados.
El amanecer a la orilla del mar fue ciertamente hermoso, sobrecogedor, como había prometido Sara. El sol claro teñía el horizonte con sus púrpuras, violetas, anaranjados y rojos como su sangre, y se reflejaba sobre la superficie del agua, haciéndole tomar el brillo metálico del oro y de la plata.
Esa mañana fue la primera que vi un amanecer. También la última. Bastó que el sol comenzara a subir sobre el horizonte para que mi cuerpo pareciera disolverse y convertirse en una especie de polvo humeante que se fundió con los granos de arena. Y Sara, mi amada, que se había mostrado deliciosamente entregada cuando tomé el néctar rojo y cálido de su cuello, no había acudido a la cita.

Acerca del autor:
Javier López

Cuervos - Héctor Ranea


Einstein mira un cuervo desde el tren. Mira su imagen reflejada en un espejo que en el camarote tiene delante. El cuervo grazna al tren en do. Einstein comprende. Al lado del joven viaja la señora Bauderville, ingeniosa pero de reputación dañada y él le pregunta:
—¿A qué velocidad se mueve el cuervo?
Y ella:
—Señor, el cuervo está ahí desde que usted lo está mirando. Obviamente, no se mueve.
Cumplida su misión, el cuervo parte hacia otro poema. Einstein sigue en tren, reflexionando, mientras la dama lo mira fijamente con una sonrisa sugerente.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

Cruzando el Amú Daryá, al oeste de Ashjabad - Daniel Frini


—Vámonos del otro lado —dijo el hombre y tomó a su compañera de un brazo, arrastrándola casi, y haciéndola trastabillar en el pedregoso terreno que separaba las dos grandes rocas que enmarcaban el único paso que permitía ir de la Ciudad Vieja al Cementerio de los Padres.
Al tomar la nueva posición, el sol quedó a sus espaldas, permitiéndoles a ambos ver sin problemas el camino y lo que en él sucedería en la próxima hora; protegiéndose, a la luz, de la vista de los enemigos.
En la lejanía se oyeron cascos de caballos. El hombre tomó su arco, preparó un par de flechas y pasó otras dos a la mujer:
—Tú el de la derecha, yo el que pasa más lejos.
Aparecieron entre las rocas. El condenado iba flanqueado por los dos verdugos.
Cuando estuvieron cerca, con voz muy calma, el hombre dijo:
—Ahora.
La mujer y el hombre tensaron los arcos y apuntaron. El condenado, sabedor de la emboscada, levantó sus ojos hacia las piedras y sonrió.
Una fracción de segundo antes de que el hombre soltase la respiración, y con ella la flecha; la mujer giró desviando su arco y disparó. Traspasó de lado a lado la cabeza de su acompañante.
Se levantó y saludó con su mano a los guardianes que pasaban más abajo. Pateó la cabeza del hombre
—Nunca te dije que los verdugos tenían una hermana.
El condenado, con el horror dibujado en su rostro, comprendió al fin que, tal cual lo había dicho el dios, nada podría salvarlo de su destino.

Acerca del autor:
Daniel Frini

Después de fin de año - Carlos Enrique Saldívar



Rodolfo camina a la deriva, aturdido. Todos celebran el Año Nuevo.
El momento se acerca, restan pocos minutos para que den las doce, y así el año 2113 terminará. Las personas instalan sus cajas de cohetes tecnoecológicos, los encienden, las luces en el cielo son vistosas. En algunas esquinas hay muñecos holográficos. Las quemas virtuales en los exteriores de las casas también son populares. Hay personas corriendo con maletas flotantes, gente vestida con prendas amarillas (buena suerte), rojas (amor), naranjas (viaje a Marte). El hombre recuerda cuando era niño  y cenaba lechón junto a su familia. Muchos peruanos reciben el Año Nuevo de esa manera; Rodolfo no quiere ver por las ventanas, mas no puede evitarlo, no es envidia lo que siente sino pena, pues sabe que después de toda esa alegría no habrá nada más. Intenta deducir cuándo se dio el fenómeno espaciotemporal, ¿conjunción de planetas?, ¿algún tipo de energía cósmica? Sabe que todo se inició, al menos, unos diez años antes; por aquel entonces obtuvo consciencia de lo que acaecía en el mundo, y, en definitiva, el evento se había dado en el segundo , el instante en que terminó el 2113; no hubo un 2114, el segundo siguiente fue el primero del año 2113, que comenzaba nuevamente.
Suena a chifladura: el año 2113 se repite una y otra vez.
El hombre se pregunta si alguien más se ha percatado de ello, hace tiempo que busca a otros como él, sin resultado. Antaño intentó revelar el secreto a los demás, empero, nadie le creyó. Ha desistido ya de contarlo, no quiere arruinarle a la humanidad su gozo pasajero.
Los fuegos artificiales revientan por montones, ya es tiempo.
Rodolfo aparece en la banca de un parque. Puede que este año sí consiga salir del planeta, piensa.

Acerca del autor:  






sábado, 26 de diciembre de 2015

Rata Blanca - Abel Maas



Almuerzo, promedio, solo una vez por semana, y eso me produce una particular sensación de bienestar. Es como ir a la casa de una tía que lo conoce a uno. Felizmente, tengo varios restoranes étnicos bastante finolis en un radio de cinco cuadras, haciendo centro en la cocina de mi casa, y el menú del mediodía, de lunes a viernes, tiene un precio razonable. Tengo calculado que esos cuatro o cinco almuerzos mensuales equivalen a poco menos de medio mes de expensas, siempre y cuando vaya solo, aunque puede venir alguien que no coma, solo mire y no hable. Para no desequilibrar mi economía, debo privarme de ir a los recitales de las Viejas Locas o de Rata Blanca o de Pablo Milanés, cuando viene. Salgo de casa, camino silbando bajito con una parte del diario bajo el brazo o una revista, tal vez un libro o el prospecto de la última medicación que estoy tomando. Me siento y rechazo la carta que me ofrece el mozo, le digo que me traiga un plato de comida, que elija él y que lo que ponga sobre la mesa estará muy bien. Solo le pido que no sea de cortar así puedo leer, que beberé agua sin gas y dejaré un veinte por ciento de propina, siempre y cuando no me hable ni quiera hacerse el simpático abusando de mi soledad y que de ninguna manera me pregunte cuando estoy por la mitad del plato si está todo bien, aunque puede preguntarme, cuando termino de comer si estuvo todo bien. Si se me queda mirando con los ojos muy abiertos le pido que me traiga ravioles o capelletis, con cualquier relleno, cualquier salsa, con o sin queso, pagaré por adelantado para tener la libertad de irme con el último bocado, aunque si se me da la gana me quedaré leyendo. Si se me respeta estoy dispuesto a ser un gourmet.

Acerca del autor:

Connotativo como un listado de palabras - José Luis Velarde


El director de una prestigiada agencia de espionaje institucional se topó con una lista que aparentaba carecer de sentido. Era un conjunto infinito de grupos de siete palabras sin relación aparente que no fuera el azar. El investigador probó, uno tras otro, diversos procedimientos para descifrarlas sin resultado alguno. Fallaron los lingüistas, los traductores y los síquicos tanto como los programas computacionales capaces de combinarlas y obtener interpretaciones lógicas basándose en los significados semánticos y connotativos.
Meses después acumulaba tanto desencanto y frustración que cometió un descuido inusual. Expuso un grupo de siete palabras a un compañero que solía escribir cuentos y no participaba en el proyecto.
El tipo observó un rato las palabras del Grupo 71.
“recuperar - observaba - último - instantáneo - complejo - plan – cierto”
Luego comenzó a escribir.
“Observaba un plan complejo para recuperar códigos secretos con un ardid instantáneo. No será lo último de la moda, pero podría ser cierto”.
El desencriptador escribió entonces:
“Un conocimiento instantáneo puede ser complejo y cierto. Esto lo supe mientras observaba un plan destinado a recuperar el último desencriptamiento realizado por un compañero de mi equipo de trabajo”.

El amante de los códigos secretos supo entonces que la misión acometida era imposible y que jamás sabría los significados. A cada grupo de siete palabras podría corresponderle desatar la imaginación de cada hombre dedicado a la escritura, pero también la de aquellos que nunca se habían propuesto practicarla hasta generar una cantidad inaudita de interpretaciones.
¿Y qué pasaría de usar 11, 563, 937 o cualquier número primo como el 7 para establecer los grupos de palabras?
¿Y si el misterio se escondiera en los números pares y no en el señuelo puesto a su alcance?
Las conclusiones obtenidas en cada caso eran tan subjetivas como el razonamiento humano.
El creador del listado infinito era también el creador de un método creativo para describir cada una de las partes que constituyen el universo.
Nombrarlas era una tarea divina.


Acerca del autor:
José Luis Velarde

Dialéctica de la Ilustración - Saurio


―¡Qué hinchapelotas las minas con el asunto de la dieta! ―exclama Adán y arroja con todas sus fuerzas la manzana que le acaba de dar Eva.
La fruta atraviesa los siglos e impacta de lleno en la cabeza de Isaac Newton.
Este, analizando la gravedad de la situación, presenta una queja formal en el Vaticano.
―Ah, no, los reclamos referentes a episodios del Antiguo Testamento son jurisdicción del judaísmo ―alitera el papa―. Nosotros nos hacemos cargo de Jesús para acá, y eso si estamos de buen humor.
Newton recorre infructuosamente varias sinagogas y en Praga lo persigue un ejército de gólems. Huye a Pisa, donde lo encuentra a Galileo, tirando cosas desde la torre.
―Ya me tienen las pelotas llenas ―dice Newton.
―¿Y si le cagamos el negocio a las corporaciones religiosas?
―Dale. Yo le aviso a Darwin, a Einstein y a Freud y vos a Copérnico, Kepler y Marx, ¿sí?
―¿Y a Nietzsche, quién le avisa?
―Dejá, él se va a enterar solo...
Y es así cómo empezó la Modernidad.
Más o menos.

Acerca del autor:

El amor Ideal - Jorge Oropeza


Al final, no existe el amor ideal. Tenemos el amor que merecemos, el amor que somos capaces de alimentar… vamos, el amor que somos capaces de vivir. Solo ese amor es capaz de soportar el mal tiempo, y aunque no siempre con buena cara, permanece. Los otros amores huyen ante la mínima sombra.

Acerca del autor:
Jorge Oropeza

Hipnos y Tánatos - Enrique Tamarit Cerdá


Regreso a casa dando un agradable paseo, admirado de la vertiginosa transformación de estas calles, ahora bulliciosas, coloridas, perfumadas por aromas superpuestos. Abundan las floristerías, cuyas artísticas composiciones se exponen en amplias aceras también convertidas en terrazas de incontables bares. Parpadean en las fachadas los letreros luminosos de farmacias y supermercados, conversan en efímera tertulia los taxistas, se arremolinan peatones en los semáforos y en las paradas del autobús. Van y vienen gentes sin cesar, caras nuevas cada día, algunas con prisas, otras, en cambio, demorándose en un paso lento, procesional, tomando del brazo o por el hombro al acompañante, en hermosa confraternidad. El nuevo tanatorio le ha dado mucha vida al barrio.

Acerca del autor:

martes, 22 de diciembre de 2015

Volver a empezar - Patricia Calvelo



Con la última cucharada de azúcar, que no han podido colmar ni raspando el fondo de la azucarera, se miran y comprenden que este intento ha fracasado. Con un beso en la frente y un té de veneno ponen a sus hijos a dormir y se van lejos, a fundar una nueva familia

Acerca de la autora:  

Inteligencia perdida – Luciano Doti


Hay una práctica adolescente que hace dilapidar vitalidad. Especialistas advierten que produce fatiga crónica, incapacidad para concentrarse, perdida de memoria y hasta se ve afectado el coeficiente intelectual...
Pablo no hizo caso a esas advertencias y continuó con su vicio. Era para él la única manera de paliar las ganas de estar con una mujer.
Llegó el día en que conoció a una chica que estaba dispuesta a salir con él. A modo de romper el hielo, le preguntó:
—¿Qué es lo que más te gusta en un hombre?
—Su inteligencia —respondió ella, y Pablo no comprendió cómo podía decir eso. De hecho, entender cualquier cosa ya se había convertido en ardua tarea para él.

Acerca del autor:
Luciano Doti

La playa - Enrique Tamarit Cerdá


«Sobre la espuma blanca de las olas se concentraban repugnantes manchas oscuras de aceites y combustibles. El mar batió con fuerza la playa durante la noche y en la orilla se amontonaba una amalgama de desperdicios. Pardas bolas de algas rebozadas en arena rodaban entre medusas, conchas de moluscos y peces muertos a los que, indefectiblemente, faltaban los ojos. Una inusual aglomeración de gaviotas festejaba aquel vertedero diverso. Ese paisaje lúgubre no era menos fascinante para mí que el de las dunas limpias en los días calmos. Con algún desasosiego emprendí mi carrera matinal, sorteando obstáculos. Mucho rato después, alcé la vista y quedé paralizado de terror al verme rodeado por aquellas aves sucias y voraces. Tal vez usted no me crea, la reminiscencia cinematográfica es inevitable…» Entonces el ciego se quitó las gafas oscuras y me mostró sus cuencas vacías.

Acerca del autor:
Enrique Tamarit Cerdá

La voz a ti debida - Víctor Lorenzo Cinca


A su lado, no pasaba desapercibida. Todos advertían su presencia y su voz, y eso le permitía ser alguien, sentirse viva. A su lado, podía chapotear en los charcos enfundada en un chubasquero, desayunar chocolate con churros, y mancharse, o viajar a China, al Machu Pichu o a Chile. Podía reír escuchando chistes y chismorreos, o jugar al parchís con fichas de colores. Podía charlar, trasnochar e incluso emborracharse compartiendo pacharanes y chupitos. Podía bailar el charlestón, la bachata, o llorar con una canción de Machín. Todo eso, sin embargo, sólo era posible a su lado. Distanciados entre sí, ella volvía al anonimato, ausente y callada. Por eso la hache se deprimía cuando la ce la dejaba sola.

Acerca del autor:
Víctor Lorenzo Cinca

Satélite - Claudia Isabel Lonfat

No sé por qué extraña razón se me ocurrió que todo en vos terminaría en un punto. Que cualquier camino que quisieras transitar te llevaría indefectiblemente a mí. Será que me pasé la vida girando a tu alrededor; que me convertí en tu satélite, y vos en el centro, un eje abstracto.
Te observo como a través de un cristal ajado, empañado; te vas desdibujando como la noche. Y desde esta vereda, vos sos más pequeño, perdiste altura; no te veo tan interesante con esa barba pulida y anteojos gruesos
Tus libros clásicos tampoco me parecen tan geniales, ¿Sabías?, ahora quiero decírtelo: “Odio a Shakespeare” era el tipo más aburrido del mundo, detesto su famoso “Otelo” y “Romeo y Julieta” me parece una reverenda porquería, una aberración literaria absoluta, ¿Me escuchaste?
Sin embargo amo a Oscar Wilde, y sé, aunque jamás lo reconozcas, que te jode que haya sido puto. Siempre le encontrabas el punto para criticarlo. Y se te escapó un día de mucho Cabernet Sauvignon, que los putos son jodidos. Eso sí, serías incapaz de decirlo sin copas.
No, claro que no, todavía mis gritos no te llegan. Y aunque te llegaran nada cambiaría, porque seguirías igual de impertinente y necio. Te reirías del mundo, emplearías tu afectada ironía de nene bien, venido a menos, que se hizo a sí mismo, para burlarte hasta de los de tu clase. Tu lengua, filosa como una espada, ya no me hiere. De lo único que no dudo, es de tu inteligencia, pero enterate que no siempre es una buena compañía. Vos seguirás caminando con paso lento por los pasillos de la universidad. Regodeándote en tu seguridad cultivada, macerada entre libros franceses. Dejarás que te circunden alborotados alumnos, y que ellas te miren con ojos parecidos a los míos (cuando mi mirada te desnudaba)

Encontrarás nuevos satélites, pero este se fue de tu órbita.

Acerca de la autora: 

viernes, 18 de diciembre de 2015

Un timo - Antón Chéjov


En la vieja Inglaterra, los delincuentes condenados a muerte gozaban del derecho a vender en vida sus cadáveres a los anatomistas y fisiólogos. El dinero obtenido de esta forma lo legaban a sus familias o se lo bebían. Uno de ellos, preso por un crimen horrible, llamó a la cárcel a un médico y, tras regatear hasta el hartazgo, le vendió su propio cuerpo por dos guineas. Pero al recibir el dinero, de pronto, empezó a reírse a carcajadas.
—¿De qué se ríe? —se asombró el médico.
—¡Usted me compró el cuerpo creyendo que yo iba a ser colgado —dijo el delincuente sin parar de reír—, pero yo lo timé! ¡Voy a ser quemado!

Acerca del autor:

Revolución - Slawomir Mrozek


En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en el medio, la mesa. Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí. Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver. Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable. Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista. La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida. Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio. Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista. Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese «cierto tiempo». Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario. Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la  vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución. Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna. Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez «cierto tiempo» también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio —es decir, el cambio seguía siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo. De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama. Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba. Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.

Acerca del autor:
Slawomir Mrozek

In - Mario Benedetti


―Veamos ―dijo el profesor ―¿Alguno de ustedes sabe que es lo contrario de “in”?
―¡Out! ―respondió prestamente un alumno.
―Bueno, no es obligatorio pensar en inglés. En español, lo contrario de “in” (como prefijo privativo, claro), suele ser la misma palabra, pero sin esa sílaba.
―Sí, ya sé, profesor: “insensato” y “sensato”, “indócil” y “dócil”, ¿no?
―Parcialmente correcto. No olvide, muchacho, que lo contario del invierno no es el vierno, sino el verano.
―No se burle, profesor…
―Vamos a ver… ¿Sería Ud. capaz de formar una frase, más o menos coherente, con palabras que si son despojadas del prefijo “in”, no confirman la ortodoxia gramatical?
―Probaré, profesor. “Aquel dividuo memorizó sus cógnitas, se sintió dulgente, pero dómito. Hizo ventario de las famias, con que tanto lo habían cordiado, y aunque se resignó a mantenerse cólume, así y todo en las noches padecía de somnio, ya que le preocupaban la flación y su cremento.
El profesor admitió sin euforia:
―Sulso, pero pecable.

Acerca del autor:
Mario Benedetti

Otra vez, Le corbeau et le renard - Álvaro Yunque


El Cuervo, subido a un árbol, estaba no con un queso según dice la fábula clásica, sí con un sangriento pedazo de carne en el corvo pico. Llegó el zorro. El olor lo hizo levantar la cabeza, vio al cuervo banqueteándose, y rompió a hablar.
—¡Oh hermoso cuervo! ¡Qué plumaje el tuyo! ¡Qué lustre! ¿No cantas, cuervo? ¡Si tu voz es tan bella como tu reluciente plumaje, serás el más magnífico de los pájaros! ¡Canta, hermoso cuervo!
El cuervo se apresuró a tragar la carne, y dijo al zorro. —He leído a La Fontaine.

Acerca del autor:
Álvaro Yunque

lunes, 14 de diciembre de 2015

Mariposas en el estómago - Luisa Hurtado González


Vivía en la calle, no tenía nada, pero nunca olvidó regalar el vuelo de una mariposa a cada mujer que veía. “¡Mire, señora!”, decía mientras sus ojos simulaban seguir el movimiento del insecto y sus labios dibujaban una sonrisa sin dientes, “¡Mire, señora, qué mariposa tan linda!”
Murió algún tiempo después, negando que el hambre le doliese, sintiendo en el estómago el aleteo de cientos de mariposas que no habían existido nunca.

Acerca de la autora:
Luisa Hurtado González

Tema libre - Ana Caliyuri


El caso es que tenía que escribir algo. ¿Tema? Tema libre. Jaj. Como si fuese tan fácil la ecuación albedrío/palabra. Tema libre es cualquier tema, cualquier tema en verdad es ¿tema libre? Y síííí, uno goza esto de ser absolutamente libre, al menos escribanilmente. Es ahí cuando me pregunto ¿cuán libre es la mente? Y me contesta risueño el absoluto, como diciéndome: che, si vas a poner límites dedicate a otra cosa y otra cosa no siempre es tan libre, ni tan riesgosa, me respondo ya casi exhausta. Luego de poco pensar (en verdad la mayoría suele decir “luego de mucho pensar” pero, yo soy libre, ergo, luego de poco pensar me dije: libre es quien puede y no quien quiere. Y ahora me quedé en el dilema querer/poder y per favore, ni se te ocurra complicarme Sra. Mente. No estoy hablando de amar y ambición, ehhhh estaba en el libre tema de ser libre, ¿ no?

Acerca de la autora:
Ana Caliyuri

Monstruos - Claudia Sánchez


No le gustaba lo que veía a diario en el espejo. Ese día decidió entrar para hablar con ella, para persuadirla de que dejara su odio de lado y se decidiera a perdonar. Pero al hacerlo, solo logró que ese odio se multiplicara en mil fractales y se incrustara en su carne hasta casi desangrarla. 
Ya pasó mucho tiempo de aquello. Hoy concluye que valió la pena. Ahora la mujer del espejo ya no siente odio por quien la abandonó: ahora comprende que nadie podría amar a un monstruo como ella. 

Acerca de la autora:  
Claudia Sánchez

Nicrophorus vespillo - Lilian Elphick


Soy como soy, señores del jurado. Mi familia es la más antigua del planeta. Ya en el año 1300 A.C., momificábamos los cadáveres de los otros, los inocentes que paseaban cerca nuestro, alardeando de 
sus élitros transparentes. Silphidus era el encargado de engañarlos. Hasta las ratitas caían en sus juegos de tenazas.
Es cierto que maté a Gregorio. Se miraba todo el día en el espejo, esperando la transformación. Buenos días, Franz, decía frente a su imagen coleóptera, creyendo ver a un muchacho flaco y ojeroso.
No alcanzó a sentir el golpe, lo juro. Escarbé la tierra, lo deposité en su lecho y comencé de inmediato a hacer la bola. Con ella se alimentaron mis larvas, que crecieron y crecieron hasta llegar a ser una multitud de jóvenes tísicos, pálidos y muy melancólicos, todos escritores.

Acerca de la autora:

La rockera más famosa - Paula Varsavsky


Hubiese querido ir a ver a Patti Smith en su primera visita a Buenos Aires, aunque hace tiempo que no va a recitales. A los cuarenta y dos años Gabriela espera que vuelvan sus hijos de la casa del padre un domingo del fin de semana que les tocó con él. 
El padre los debería llevar a las ocho de la noche; sin embargo, dejó un mensaje en su contestador diciendo que los llevaría “a eso de las diez” porque “tenían una cena”. Gabriela se siente invadida al escuchar la voz de su ex marido. En ese momento querría descansar. Piensa en contestarle que ella también tiene una cena con los chicos. Deshecha esa idea. Intenta seguir trabajando en un artículo que debe entregar al día siguiente. Supone que lo de la comida es una mentira.
Recibe el tercer mail de su hermano durante ese fin de semana. Le manda una enorme cantidad de fotos del hijo que acaba de tener con su segunda mujer: el cuarto hijo. Tuvo tres con su primera mujer. Gabriela y Joaquín, su hermano mayor, no se ven ni se hablan desde hace dos años. Los mails de Joaquín no están dirigidos a ella únicamente, sino también a la madre de ellos y a la tía. En alguno, incluyó a alguien que Gabriela, supone, debe ser el padre de su mujer (tienen el mismo apellido) o quizá un hermano. Solamente escribe en el encabezamiento, en el casillero “Asunto”. Hace más de un año que le manda mensajes así. 
El diario del domingo se encuentra desplegado alrededor del sofá; mira los suplementos desparramados por el piso. Toma el de espectáculos y se recuesta. Sabe que falta mucho tiempo para que lleguen los chicos: no vale la pena volver a mirar el reloj. 
El rostro avejentado de Patti Smith, el pelo gris largo y el mismo flequillo que le había visto veintinueve años atrás, la estremecen. Ahora, la máxima rockera de la historia tiene casi sesenta años, según apunta la cronista del diario. Aquella mujer que, con pantalones cortos y una petaca de whisky en la mano, había aparecido en el escenario de un teatro under del Village, cuando Gabriela tenía catorce años y vivía en Nueva York, parece un andrógino.  Entonces se convirtió en su ídola, la canción que decía Because the night belongs to lovers, because the night belongs to us fue la que más oyó durante varios años. Se entera por el artículo de que ese tema lo escribió con Bruce Springsteen. Sabe que le hubiera fascinado volverla a ver cantar en vivo.

Gabriela fue a ese recital de Patti Smith con su hermano. Caminaron juntos desde el departamento que estaba en el décimo piso de la esquina de Waverley y Mercer que Joaquín compartía con un compañero de la universidad. Era una noche de primavera. 
Se pregunta si Joaquín fue siempre así, como es ahora: un manipulador mal intencionado, un hombre de negocios que intenta pasar por benefactor democrático haciendo donaciones millonarias que solamente sirven para su autopromoción y que, en realidad, poco se interesa por nadie en este mundo más allá de él. 
En aquella época, o era distinto, o ella no se daba cuenta de con quién estaba tratando. Intenta convencerse de que Joaquín debe haber sido una persona mejor, menos dañino, que el tiempo tiene que haber hecho lo suyo en contra de ese muchacho que tenía algún sentimiento y que ella misma vio llorar de chico. 
Sabe que no es así, Joaquín tiene que haber sido siempre igual. La gente no cambia tanto y escasamente aprende nuevos mecanismos psicológicos. También sabe que lo amaba, quizá era la persona a la que más quería en el mundo. Al menos fue lo que hizo un gran esfuerzo por creer.  “Bueno, tenía que querer a alguien”, intenta consolarse. “Además de a Patti Smith”. 

Acerca de la autora:
Paula Varsavsky

jueves, 10 de diciembre de 2015

Más vale no decir nada - Héctor Luis Rivero López


Pasó entonces a declarar el único testigo de los hechos: un chimpancé llamado FK, que había sido instruido por un científico para que entendiera el idioma de los sordos.
Una vez sentado el mono, un especialista en el lenguaje le preguntó con señas si él había visto al señor Fulano de Tal dispararle a quemarropa a Mengano de Tal.
El chimpancé se mantuvo quieto y mudo por un momento. Luego estiró sus brazos, los puso en cruz y comenzó a moverlos de abajo hacia arriba. Se detuvo, miró al juez, le enseñó los dientes, y con sus manos se cubrió las orejas, después los ojos y por último la boca. Acto seguido, se levantó y se marchó.
Intrigados, los magistrados le preguntaron al especialista qué quiso decir el mono. Éste les dijo: “El mal conoce el bien, pero el bien no conoce el mal.”

Acerca del autor:

El cuentista - Daniel Campodónico


Tierra llamando a Cuentista, Tierra llamando a Cuentista... Responda Cuentista.
Aquí Cuentista intentando alunizar, adelante Tierra.
¿Pero qué hace, Cuentista? Regrese de inmediato.
¿Qué pasa Tierra...? Estoy en maniobra complicada.   
Regrese de inmediato, Cuentista, que usted se olvidó de la nave.

Acerca del autor: 
Daniel Campodónico

Historia del viyilante de la Bandojito - Denisse Taborn


Muchas veces se ha hablado de l@s asesin@s seriales que hacen guisado a sus víctimas. Creo que, incluso, una vez vi la historia de “La Tamalera” en Mujeres Asesinas…creo. Pero nunca nadie ha contado la historia de Don B.
Don B. no era un asesino simple y vulgar como los otros, ni convertía a sus muertitos en guisados para vender los domingos. No. ¡Don B. era un justiciero anónimo! Vaya, ¡Un héroe!
Obviamente, en sus días de justiciero nadie sabía quién era Don B. Eso le hubiera quitado el anonimato y la imposibilidad de limpiar la ciudad sin terminar él mismo dándole razones a La Flaca.
Pero ahora, Don B. ya está jubilado.
Yo lo conocí el otro día que por casualidad entré a su carnicería, allá en la Bondojito (no hay de qué preocuparse, ya vende pura carne de res certificada). A Don B. le encanta platicar sobre sus días como viyilante. Algunos lo tiran de a loco; otros locos, como yo, nos quedamos a escuchar lo que Don B. tiene que decir.
Según cuenta, a Don B. realmente no le gustaba eso de tener que andar matando gente. No. Él llegó a la profesión por pura casualidad. Desde chiquito él sabía que quería dedicar su vida a proteger y ayudar a otros, a los desamparados. Contempló la carrera de leyes y alistarse a la policía pero, conforme fue creciendo, entendió que ahí había más mierda que en las propias calles. Así que mejor se metió a practicar luchas. Él sería como su héroe, El Santo. Solo que en vez de pelear en contra de mujeres vampiro, él se enfrentaría a la mierda más mierda que amenazaba su ciudad cada noche. A esos que de verdad dan miedo, y no como aquellas chichonas con colmillos que más ganas le daban de cogérselas, que de matarlas.
En fin, eso era lo que ya había planeado Don B. Sin embargo, como de verdad era bien bueno, todavía no se animaba a salir a la calle a cortarle el cuello a alguien. Pero como decía, todo le llegó de casualidad.
Una noche, saliendo de la Arena Coliseo, allá por la calle de Perú cerquita de la lagunilla y muy lejos de la mano de Dios, Don B. vio cómo un tipo le estaba propinando tremenda madriza a una prostituta que no había sabido hacerle la felación. Eso sí que despertó al viyilante que ya llevaba dentro, se puso rápidamente su máscara, sacó su navajita y se lanzó como perro rabioso sobre el canalla ese. Dos, tres movimientos y el cabrón ya estaba en el suelo con la garganta abierta de lado a lado. Sin embargo, Don B. nunca se planteó el problema de qué hacer con un infeliz recién asesinado en plena calle. Por fortuna, como ya sabemos, tenía una carnicería y; por fortuna también, sabía cómo tasajearlo para venderlo en partes. Los huesos se disolverían en ácido.

Como todo salió de maravilla y la prostituta se quedó tan agradecida que dejó las calles, se metió de monja y hasta le hizo un altarcito al viyilante que la había salvado aquella noche, a Don B. se le quitó el miedo al castigo divino y empezó sus días de justiciero. Cada noche patrullaba las calles de la ciudad buscando a seres despreciables que lastimaran a mujeres, niños, ancianos y animalitos indefensos. Con rápidos movimientos les cercenaba la garganta con su navajita suiza, los aventaba a la parte trasera de su troca y los vendía como bisteces en su carnicería. La carnicería más famosa del barrio de la Bondojito.

Acerca de la autora:
Denisse Taborn

La creación - Patricia Calvelo


Al principio, crea el cielo y la tierra. Y separa la luz de las tinieblas, y divide las aguas del suelo seco, y ve que todo es bueno. Luego, hace crecer flores y árboles frutales, y les da distintos colores y perfumes, y ve que todo es bueno. Después, pone seres plateados y dorados en las aguas, y crea otros para poblar la tierra, y aves para surcar los cielos, y los bautiza a todos con nombres melodiosos. Y ve que todo es bueno. Y prueba todos los sabores, y decide que uno de los árboles, el de las deliciosas frutas rojas, será sólo para Él. Y se recuesta a descansar y disfrutar de su creación. Pero no se siente del todo satisfecho: algo le falta aún. Entonces dice: Crearé un nuevo ser a mi imagen y semejanza. Y va moldeándolo en arcilla, y cuando está terminado, le infunde vida en un beso. Sin duda, ésta es la mejor  de sus obras, la más bella de todas, la más brillante y armoniosa. Para coronarla, le pone un nombre. Al nuevo ser, sin embargo, no le gusta el nombre que le ha dado, y se lo cambia. Él tiene un raro presentimiento. En seguida, esta criatura empieza  a cuestionarle cosas. Entonces, Él comienza a sentir un miedo que no lo abandonará jamás, y le miente: le dice que Alguien, Alguien terrible y todopoderoso, lo ha creado a Él primero, y después le ha sacado una costilla y la ha formado a ella. Y que como ella es solo un pedacito de Él, tiene que obedecerlo en todo. Y que ella no debe hablar demasiado ni en voz muy alta para no despertar al Creador; no contradecirlo a Él, a quien el Creador declaró dueño y señor de todo, y en especial no comer del árbol que en este momento le está señalando. Pero ella, que no le cree una sola palabra, arranca un fruto del árbol prohibido y, dándole un gran mordisco, desata la primera tormenta de la historia.

Acerca de la autora:  

Señales, apuntes del natural - Paulus Deluca


Será por el nombre del lugar en que me encuentro, por la dualidad del mensaje de ese Carpe Diem en la puerta y ese demonio que, silueteado tras de mí me invita a beber y callar porque lo demás no es nada, que de pronto me ha entrado una ligera tentación de melancolía... Echo de menos a Anne... con ella escribía mejor, es cierto. ¿A quién voy a engañar a estas alturas?
No puedo resucitar a Sansón Restrepo y es una lástima, porque hoy me vendría bien su punto de vista.
No puedo decir que Maite me haga infeliz ni mucho menos; ¡Al contrario!.. Parece hecha especialmente para consentir todos mis caprichos y alimentar hasta la más pueril y frívola de mis ambiciones... Y no sé si eso es bueno.
Es un encanto de niña y no puedo negar que tiene un corazón de oro y una paciencia de santo, al menos en apariencia... y por ahora... Pero con ella cerca escribo menos y con menor frecuencia... incluso siento que mi inventiva se resiente: A base de comer todos los días, estoy engordando y me quedo sin ideas...
Es como si esa necesidad de inventar la rueda cada santa mañana hubiera disminuído, porque de algún modo sé que todo se acabará arreglando y que no puede pasarme nada malo mientras Maite ande cerca. Lo decía Zazie: Uno no escribe para decir que todo va bien, que va sobre ruedas... Por eso no escribo sobre ti...
Llamadme idiota, pero con esa arrogancia narcisista que brota en un alma bien dormida, bien comida y sin preocupaciones, que de repente se cree que su futuro depende únicamente de la propia voluntad, no puedo evitar plantearme si realmente todo el camino recorrido llevaba hasta aquí o si esto es sólo un claro en el bosque, un oasis en el desierto... una noche en el Ritz, camino de Auschwitz... o incluso algo peor, camino de ninguna parte... y la tumba como estación término.
Influenciado por un comic de superhéroes que he estado leyendo estos días, no puedo dejar de verme dibujado en colores planos, con un café en la mano mientras en grandes letras el dibujante de esta historia se pregunta: ¿Conseguirá el destino acostumbrar un alma incómoda a una relación serena? ¿Volverá a extenderse la carretera y a estrecharse el cerco en torno al cuello de nuestro héroe? ¿Será este el fin de las aventuras de Paulus de Best?
Y en esas estoy, a punto de escribir algo como: ...No os perdáis el desenlace en el próximo número, al tiempo que ruego al cielo una señal, cuando el teléfono me saca bruscamente de mis cavilaciones.
¿Tocayo? dice la voz al otro lado—. ¡Por fin te encuentro! Engrásate el culo y ponle pilas al magnetófono, que tenemos trabajo...
Y mientras pido al alto de la barra que me ponga otro café y hago cálculos mentales de cuánto costará poner a Miss Daisy a punto para la que se avecina en apenas dos semanas, noto cómo aflora nuevamente una de esas sonrisas...

Acerca del autor:  
Paulus Deluca

domingo, 6 de diciembre de 2015

Final chistoso - Sören Kierkegaard


Una vez sucedió que en un teatro se declaró un incendio entre bastidores. El payaso salió al proscenio para dar la noticia al público. Pero éste creyó que se trataba de un chiste y aplaudió con ganas. El payaso repitió la noticia y los aplausos eran todavía más jubilosos. Así creo yo que perecerá el mundo, en medio del júbilo general del respetable que pensará que se trata de un chiste.

Acerca del autor:
Sören Kierkegaard

Una vida - Adolfo Bioy Casares


La cocinera dijo que no se casó porque no tuvo tiempo. Cuando era joven trabajaba con una familia que le permitía salir dos horas cada quince días. Esas dos horas las empleaba en ir en el tranvía 38, hasta la casa de unos parientes, a ver si habían llegado cartas de España, y volver en el tranvía 38.

Acerca del autor:

Un imbécil incalificable - Ambrose Bierce


Un Juez le dijo a un Asesino Convicto:
—Prisionero en el banquillo: ¿tiene algo que decir que impida el dictado de su sentencia de muerte?
—¿Lo que yo diga marcará alguna diferencia? —preguntó el Asesino Convicto.
—No veo cómo podría hacerlo —respondió reflexivamente el Juez—. No, no lo hará.
—Entonces —dijo el condenado—. Me gustaría señalar que usted es el más incalificable imbécil en siete Estados y todo el Distrito de Columbia.

Acerca del autor:

La obra maestra - Álvaro Yunque


El mono agarró un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto pico de una sierra, lo dejo allí, y cuando bajó al llano, explicó a los demás animales:
—¿Ven aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice yo.
Y los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin distinguir bien que fuere, comenzaron a repetir que aquello era una obra maestra. Y todos admiraron al mono como a un gran artista. Todos menos el cóndor, porque el cóndor era el único que podía volar hasta el pico de la sierra y ver que aquello sólo era un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos lo que había visto; pero ninguno creyó al cóndor, porque es natural que el ser que camina no le crea al que vuela.

Acerca del autor:
Álvaro Yunque

Corso - Rodolfo Walsh


Vos sabés cómo nos divertimos, el corso era un asco pero nosotros nos divertimos igual. El Ángel se consiguió unos plumachos, dice que los trajo de la isla y que crecen en una planta, pero eran como plumas de avestruz. Después me fijé que en un quiosco los vendían a veinte sopes cada uno, qué atorrantes, imaginate que esas cosas crecen en los árboles y los tipos las venden a veinte mangos.
Hacía un tornillo que te la debo, pero igual las minas andaban casi en bolas en las carrozas, yo siempre digo que estas ñatas con tal de andar en bolas hacen cualquier cosa. El Ángel y yo empezamos a pasarles los plumachos por las gambas, vos sabés qué plato. A las tipas les gustaba, pero algunas ponían cara seria para disimular, vamos, viejo, a quién no le gusta que le hagan cosquillitas. Un jetón que iba en una picá llena de florcitas le dijo al Ángel por qué no se las metés a tu abuela y el Ángel le refregó el plumacho por la cara. El tipo hizo como que se bajaba pero cuando nos vio las caras subió el vidrio y la dejó a la hermanita en el capó y el Ángel le rompió tres plumachos entre las gambas, estuvo exagerado.
Pero lo grande fue cuando vino el hindú en un forcito del tiempo e mama. Este hindú venía todo desnudo, menos un calzoncillo cerradito y un turbante en el melón con una piedra divina, te lo juro. Iba sentado en el capó, con las patas cruzadas, seguro que lo vio en el cine. Con una mano se agarraba la barriga, y con la otra se tocaba la piedra del melón y después el pecho y saludaba, hablando bajito en un idioma. Pero lo mejor que hacía este hindú era que en cada bocacalle se tomaba un trago de un frasquito, prendía un fósforo y escupía unas llamaradas de samputa.
Cuando el Ángel lo vio, se quedó enloquecido y empezamos a seguirlo. Yo le decía dejáme de joder, mirá las minas, y el Ángel nada, el hindú lo tenía entusiasmado, lo miraba de arriba abajo como si fuera Nélida Roca. Ahí supe que iba a hacer una cagada, porque el Ángel será lo que vos quieras, menos eso. Cuando quise acordar estábamos frente al palco el hindú con el forcito y al lado el Ángel y yo detrás. Entonces el hindú mirando el palco donde estaba el intendente, echa la cabeza para atrás y se manda un trago doble de la nasta, y mirando al cielo se arrima el foforito. Y en eso lo veo al Ángel que levanta el plumacho y lo toca justito en el hueso de la garganta, y el hindú empieza a escupir fuego hasta por los ojos y se siente un olor a bife que no te cuento, el hindú parece que se quema, y yo hago lugar para los bomberos, o sea que me rajo. Y por la otra vereda lo veo al hindú que lo corre al Ángel, y ya no le habla en el idioma sino que le dice la puta que te parió, la puta que te parió, y menos mal que no lo agarra porque si no lo mata.
Al rato nos encontramos con el Ángel en la estación, el Ángel hace como que me habla en el idioma, y nos meamos de la risa, viejo, vos sabés qué plato.

Acerca del autor:
Rodolfo Walsh

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Al final de la noche - Gabriela Navarro


La luna iluminaba aún el pasaje cuando Juan, el indigente, se enderezó y salió del letargo en que lo había sumido el vino. El hado malvado de la bebida se había retirado a cantar la palma de otras lenguas, seguro de que volvería a verlo.
Durante el día, los vecinos solían murmurar historias sobre Juan; algunos le temían, otros lo despreciaban, alguno que otro sentía piedad por él, e incluso se conjeturaba que tal vez fuera prófugo de la ley en algún país vecino; todo eso sustentado por la imaginación de los viejos que, aburridos, espiaban el pasaje por las hendijas de las persianas. 
La verdad solo Juan la conocía. En otros tiempos había sido un sujeto estimado… hasta admirado, podría decirse, pero de eso hace ya un siglo, si nos atenemos a cómo luce hoy, andrajoso, descalzo y mugriento.
Se puso de pie, se acomodó lo mejor posible las ropas y empezó a cantar como nunca lo habían oído en el pasaje. La voz, algo deteriorada por la mala vida, aún mantenía la potencia y entre las notas cascadas por el alcohol se apreciaba una belleza que permitía imaginar lo que había sido en su época. —Callate —le gritaron algunos.
—Andá al Colón, engreído —protestaron otros.
—Shhh...
Las voces que salían de las ventanas del pasaje lo intentaban acallar.
Juan entregó unas líneas más de Vesti la Giuba y luego la noche regresó al silencio, interrumpido de vez en cuando por el sonido de los autos en el adoquinado de la bocacalle.
Por la mañana, encontraron muerto a Juan.

Acerca de la autora:

La Bestia - Ernesto Simón


A los 55 años, Augusto descubrió que la Bestia no era el Demonio. Tampoco el ángel Lucifer, el Diablo o el Innombrable. Sinónimos de la culpa y el mal fabricados a pura sangre humana, nada de lo que había aprendido de niño le sirvió para enfrentar a la verdadera Bestia que poco a poco se lo fue comiendo. Todo venía bien hasta cierta edad. Una vez en la calle, se las tuvo que ver con los colmillos fieros del trabajo en negro, la envidia ajena, las habladurías de pueblo y las ganas que suelen tener algunos de joder a otros. Así, Augusto vio caer un mito que ha viajado por el tiempo y también fue testigo de cómo su integridad se vino abajo hasta tocar el suelo, ese lugar cómplice del que casi nunca levanta la mirada.

Acerca del autor:
Ernesto Simón

La revelación - Nicolás Coria Nogueira


Una vez leído este párrafo, intentó acomodar las palabras para que dijeran lo que él realmente quería decir. Para dicha empresa fue necesario ordenar su mente y conectarla con el órgano de la intención, cuyo nombramiento es innecesario. Para trabajar de manera adecuada, durmió –y descansó eficazmente– durante siete noches consecutivas, en el momento en que perdía de vista la luna entre los edificios. Despertaba, preparaba el desayuno, y miraba por la ventana algunas horas. Cada noche, antes de acostarse, cuestionaba su identidad y se preguntaba cuál sería su nombre, ya que ni siquiera lo conocía. A la mañana despertaba y se contestaba siempre una cosa distinta. Los sueños, lejos de revelarle misterios, le arrojaban más respuestas de las que quizás esperaba. Pero también quizás no sobraba ninguna. Firmó con un nombre que le revelaría tranquilidad, probablemente aparecido en un sueño: Anónimo.

Acerca del autor:
Nicolás Coria Nogueira

Adúltera – Armando Azeglio


Corría desesperadamente. El nivel de adrenalina en su cuerpo debía haber subido. Sus piernas empezaban a negarle la velocidad que el cerebro les ordenaba. “¿Y ahora qué hago?”, se preguntó, “¡esta debe ser la periferia de la ciudad!”. Su ciudad. Su entrañable ciudad convertida en ese frenético discurrir de paredes muertas pasando ante sus ojos. Su ciudad de adoquines enterrados con urgencia que, en este instante, le dificultaban el paso. Su ciudad de formas arquitectónicas improvisadas, aglutinadas en espacios vitales prácticos, promiscuos y hasta a veces fétidos. “Sí, estos deben ser los arrabales”, pensó. También pensó en sus piernas. Sus blancas, nacaradas, y sedosas piernas que ahora contraían y relajaban músculos enloquecidamente para poder permitirle esta: su —quizá— última carrera. “El final no puede ser este, se dijo. “No puede ser así”. Y con el rabo del ojo alcanzó a observar que uno de los que la perseguían se había agachado para levantar una pesada piedra. ¿Qué pretendía hacer con tamaña roca? ¿Qué harían con ella después? ¿La descuartizarían? ¿La dejarían muerta y abandonada en alguna calleja inmunda? Fantaseó con su cuerpo exánime y aleatorio, revoloteado por las moscas y acariciado por uno que otro gusano. “El final no puede ser este”, repitió obsesiva. Lo había imaginado de otra forma. En medio a una cierta dignidad doméstica, quizá. Ella anciana, en un lecho de muerte, rodeada por sus hijos, sus nietos y alguna hermana supérstite.
—¡Perra! —le gritó uno de sus perseguidores.
—¡Noooooooooooo! —respondió ella, pero su mente ya había escapado al agitado rostro de su amante. Sí, su amante, su amante de labios embebidos en vino. Su amante que había sido y continuaba siendo un escape, una especie de antídoto, de venganza contra una realidad híbrida y repetitiva. Por momentos sentía que siempre había sido obligada a simular. A simular amor por un marido que solo estimaba, a simular abnegación aún cuando su corazón se rebelaba. A simular beatitud a pesar de sus dudas. A simular desapego a pesar de su deseo por otros hombres. Con el rostro convulso y el pecho agitado, se imaginó en medio de un orgasmo con él y pensó que era curioso como el cuerpo expresaba estados de ánimo tan diversos con gestos similares. El placer, el dolor; los extremos sin duda alguna debían tocarse. Todo le pareció ilusorio. Pensó a Dios, al dios de su padre, al dios aprendido de niña: “un verdugo bueno-pero-terrible” y no pudo menos que suplicar:
—¡Ayúdame te ruego! —Entró en un callejón sin salida cuando sus presuntos captores ya parecían una jauría de perros enloquecidos; devoraban metros con frenesí asesino, escupían —por entre sus barbas— versículos de la ley. Vociferaban cosas ininteligibles, la señalaban con odio, aullaban, maldecían. La deseaban cadáver.
—¡Estoy perdida! —gritó—. Y fue entonces que apareció ese hombre, como salido de la nada. Creyó reconocerlo, haber sentido vagos rumores sobre él y sus hombres en el mercado. La descripción coincidía: elegante, pelo cuidado, barba. Escribía algo con el dedo en la arena, distraídamente. De pronto, se incorporó y se puso delante de ella, como protegiéndola y luego habló con una autoridad inusitada, enfrentando a la horda, que se detuvo en seco, estupefacta.
—El que de ustedes no tenga pecado, que arroje la primera piedra —dijo—; y se agachó para continuar escribiendo.

Acerca del autor:  
Armando Azeglio