No sé por qué extraña razón se me ocurrió que todo
en vos terminaría en un punto. Que cualquier camino que quisieras transitar te
llevaría indefectiblemente a mí. Será que me pasé la vida girando a tu
alrededor; que me convertí en tu satélite, y vos en el centro, un eje
abstracto.
Te observo como a través de un
cristal ajado, empañado; te vas desdibujando como la noche. Y desde esta
vereda, vos sos más pequeño, perdiste altura; no te veo tan interesante con esa
barba pulida y anteojos gruesos
Tus libros clásicos tampoco me
parecen tan geniales, ¿Sabías?, ahora quiero decírtelo: “Odio a Shakespeare”
era el tipo más aburrido del mundo, detesto su famoso “Otelo” y “Romeo y
Julieta” me parece una reverenda porquería, una aberración literaria absoluta,
¿Me escuchaste?
Sin embargo amo a Oscar Wilde, y
sé, aunque jamás lo reconozcas, que te jode que haya sido puto. Siempre le
encontrabas el punto para criticarlo. Y se te escapó un día de mucho Cabernet
Sauvignon, que los putos son jodidos. Eso sí, serías incapaz de decirlo sin
copas.
No, claro que no, todavía mis
gritos no te llegan. Y aunque te llegaran nada cambiaría, porque seguirías
igual de impertinente y necio. Te reirías del mundo, emplearías tu afectada
ironía de nene bien, venido a menos, que se hizo a sí mismo, para burlarte
hasta de los de tu clase. Tu lengua, filosa como una espada, ya no me hiere. De
lo único que no dudo, es de tu inteligencia, pero enterate que no siempre es una
buena compañía. Vos seguirás caminando con paso lento por los pasillos de la
universidad. Regodeándote en tu seguridad cultivada, macerada entre libros
franceses. Dejarás que te circunden alborotados alumnos, y que ellas te miren
con ojos parecidos a los míos (cuando mi mirada te desnudaba)
Encontrarás nuevos satélites,
pero este se fue de tu órbita.
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