miércoles, 30 de diciembre de 2015

Un caso de traición - Javier López


Esa mañana fue la primera que vi un amanecer. Sara se había citado conmigo para contemplarlo juntos, como símbolo del comienzo de nuestro amor, recién acontecido la noche anterior.
Ella llevaba razón cuando decía que mi vida nocturna no conducía a nada. Que la noche es oscura y sólo mueve sombras. Que únicamente bajo la luz de nuestro astro es comprensible, abarcable, la grandeza de la creación. Y es cierto. La noche tiene estrellas que atrapan las miradas, pero no son capaces de iluminar el cielo y ocultan la belleza del mar, de las montañas, de los ríos y los prados.
El amanecer a la orilla del mar fue ciertamente hermoso, sobrecogedor, como había prometido Sara. El sol claro teñía el horizonte con sus púrpuras, violetas, anaranjados y rojos como su sangre, y se reflejaba sobre la superficie del agua, haciéndole tomar el brillo metálico del oro y de la plata.
Esa mañana fue la primera que vi un amanecer. También la última. Bastó que el sol comenzara a subir sobre el horizonte para que mi cuerpo pareciera disolverse y convertirse en una especie de polvo humeante que se fundió con los granos de arena. Y Sara, mi amada, que se había mostrado deliciosamente entregada cuando tomé el néctar rojo y cálido de su cuello, no había acudido a la cita.

Acerca del autor:
Javier López

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