lunes, 14 de diciembre de 2015

La rockera más famosa - Paula Varsavsky


Hubiese querido ir a ver a Patti Smith en su primera visita a Buenos Aires, aunque hace tiempo que no va a recitales. A los cuarenta y dos años Gabriela espera que vuelvan sus hijos de la casa del padre un domingo del fin de semana que les tocó con él. 
El padre los debería llevar a las ocho de la noche; sin embargo, dejó un mensaje en su contestador diciendo que los llevaría “a eso de las diez” porque “tenían una cena”. Gabriela se siente invadida al escuchar la voz de su ex marido. En ese momento querría descansar. Piensa en contestarle que ella también tiene una cena con los chicos. Deshecha esa idea. Intenta seguir trabajando en un artículo que debe entregar al día siguiente. Supone que lo de la comida es una mentira.
Recibe el tercer mail de su hermano durante ese fin de semana. Le manda una enorme cantidad de fotos del hijo que acaba de tener con su segunda mujer: el cuarto hijo. Tuvo tres con su primera mujer. Gabriela y Joaquín, su hermano mayor, no se ven ni se hablan desde hace dos años. Los mails de Joaquín no están dirigidos a ella únicamente, sino también a la madre de ellos y a la tía. En alguno, incluyó a alguien que Gabriela, supone, debe ser el padre de su mujer (tienen el mismo apellido) o quizá un hermano. Solamente escribe en el encabezamiento, en el casillero “Asunto”. Hace más de un año que le manda mensajes así. 
El diario del domingo se encuentra desplegado alrededor del sofá; mira los suplementos desparramados por el piso. Toma el de espectáculos y se recuesta. Sabe que falta mucho tiempo para que lleguen los chicos: no vale la pena volver a mirar el reloj. 
El rostro avejentado de Patti Smith, el pelo gris largo y el mismo flequillo que le había visto veintinueve años atrás, la estremecen. Ahora, la máxima rockera de la historia tiene casi sesenta años, según apunta la cronista del diario. Aquella mujer que, con pantalones cortos y una petaca de whisky en la mano, había aparecido en el escenario de un teatro under del Village, cuando Gabriela tenía catorce años y vivía en Nueva York, parece un andrógino.  Entonces se convirtió en su ídola, la canción que decía Because the night belongs to lovers, because the night belongs to us fue la que más oyó durante varios años. Se entera por el artículo de que ese tema lo escribió con Bruce Springsteen. Sabe que le hubiera fascinado volverla a ver cantar en vivo.

Gabriela fue a ese recital de Patti Smith con su hermano. Caminaron juntos desde el departamento que estaba en el décimo piso de la esquina de Waverley y Mercer que Joaquín compartía con un compañero de la universidad. Era una noche de primavera. 
Se pregunta si Joaquín fue siempre así, como es ahora: un manipulador mal intencionado, un hombre de negocios que intenta pasar por benefactor democrático haciendo donaciones millonarias que solamente sirven para su autopromoción y que, en realidad, poco se interesa por nadie en este mundo más allá de él. 
En aquella época, o era distinto, o ella no se daba cuenta de con quién estaba tratando. Intenta convencerse de que Joaquín debe haber sido una persona mejor, menos dañino, que el tiempo tiene que haber hecho lo suyo en contra de ese muchacho que tenía algún sentimiento y que ella misma vio llorar de chico. 
Sabe que no es así, Joaquín tiene que haber sido siempre igual. La gente no cambia tanto y escasamente aprende nuevos mecanismos psicológicos. También sabe que lo amaba, quizá era la persona a la que más quería en el mundo. Al menos fue lo que hizo un gran esfuerzo por creer.  “Bueno, tenía que querer a alguien”, intenta consolarse. “Además de a Patti Smith”. 

Acerca de la autora:
Paula Varsavsky

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