viernes, 28 de agosto de 2015

Comportamientos – Héctor Ranea


—Algunos de ellos se comportan raros —dijo el zoólogo invitado—. Mire si no, el de pecho celeste y pardo. Parece ejecutar una danza nupcial y está, en realidad, preparando la comida.
El ave o reptil o lo que fuera parecía, efectivamente, estar luciéndose frente a un público, pero lo cierto es que estaba solo. Nosotros, al menos a dos mil metros del animal, no veíamos ni su pareja ni una posible prole.
—No se conoce la hembra de este animal —continuó, enigmático, el zoólogo—. Se han intentado todos los métodos conocidos de caracterización, pero nada. Este raro animal no tiene cómo ser alcanzado en épocas en que se cree que se aparea. Probablemente lo haga de noche o en regiones inaccesibles para nosotros.
—Ahí es donde calza usted —aclaré— tal vez podría darnos una mano.
El zoólogo me miró con suspicacia, dadas las hermosas formas del animal que estábamos observando no podía quedar al margen de un comentario soez, pero que tenía la forma de un chascarrillo vulgar entre amigos.
Yo miraba tan absorto al animal aquel que tampoco advertí a la hembra que venía por detrás de nosotros, en vuelo rasante, nos alzó como pedazos de lombriz para llevarnos donde esperaba el macho para cocinarnos.
Al mirar hacia arriba concluimos que el engaño principal estaba en el dimorfismo sexual. El macho parecía un humano bípedo, pero la hembra era un enorme quiróptero lampiño y, por lo que se veía, hematófago aunque con senos magníficos. Lástima que nuestras conclusiones no llegarían jamás a la Academia. Estábamos por acabar literalmente fritos en los mejunjes de estos cocineros, maestros de las añagazas más que de la fritura, a decir verdad.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

Negro - Raquel Sequeiro


El gato está triste en el triste tejado de gatos cuando los gatos salen por las noches y las gentes se guardan en sus casas para que los negros diablos no se lleven sus almas de usureros. En mitad de la ciudad negra hay una ciudad oscura, considerada un pueblo hermoso y pequeño, rosa intenso, tan intenso como las frambuesas, tan intenso como el color de las fresas, tan intenso como tus mejillas de amapola; sin embargo, en la ciudad rosa las cosas ya no se reparten equitativamente, por lo que se han teñido de blanco sus calles, sus plazas, sus pozos, sus techos y hastiales, y pronto todos los colores se separarán y yo lloraré mucho, porque nadie pudo antes romper los colores, porque nadie pudo antes hacer una amalgama de la ciudad negra y la ciudad rosa, que ya no es rosa sino gris, de un gris mortuorio, como la ciudad negra, y ya nadie sabe dónde empieza una y termina la otra, aunque yo sí lo sé, porque hay una fina línea divisoria.

Acerca de la autora:
Raquel Sequeiro

lunes, 24 de agosto de 2015

Hay que saber leer – Sergio Gaut vel Hartman


Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.
—¡Oh, qué horror, que asco! —exclamó una joven sentada en la primera fila—. ¡Una cucaracha! Y se trepó al asiento.
Gregor se incorporó penosamente, y tras identificar a la que había hablado, replicó.
—Señora: Kafka escribió “insecto”, no “cucaracha”. Tenga un poco de respeto por el autor y por mí mismo. En este punto del relato, antes de que cualquier descripción lo desmienta, yo podría ser un lepidóptero, un escarabeido o un himenóptero, no necesariamente un blattodeo, ¿entiende?
—Disculpe —se defendió la chica—. Es que las cucarachas me dan mucho asco.
—¡Y dale! —Gregor se dirigió a alguien situado en la página 24 y agregó—. Ya sé que no está en el texto de Kafka, Miroslav, pero ¿puede hacerme el favor de retirar a esta desubicada de la sala?

Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman

Pequeña escena del naturalismo - Cristian Mitelman


Un puñal hundido entre las dos costillas de un hombre que, en la soledad de la noche, se encuentra tirado a un costado de un zanjón, mientras que un perro husmea una bolsa de basura sin percatarse del gesto obsceno de la muerte, ahora que los ojos del agonizante parecen estar fijos en algún lugar del cielo y lo rayos de luna que reverberan en su rostro le dan la extraña dignidad de esos mártires que subsisten en vitrales de una iglesia vacía.

Acerca del autor:
Cristian Mitelman

Patadura - Olga Appiani de Linares


Menotti enciende otro cigarrillo y dice: —Lo entiendo, viejo, todos queremos que nuestros chicos sean como Maradona, pero... lo que Natura non da.... Y un Diego no nace todos los días... Por eso, aunque yo siempre le diga a mis jugadores que ellos pueden, que tienen madera de campeones... es una metáfora, ¿me entiende? Aunque en el caso de su pibe sea una triste realidad. La verdad, no voy a mentirle, a ver si a mí también me entra a crecer el naso... ¡el chico es de madera, pero en serio, don Gepetto!

Acerca de la autora:
Olga Appiani

jueves, 20 de agosto de 2015

La reina Lupita - Luciano Doti


Los pibes del lugar habían oído que a esa chica, que iba ahí algunos fines de semana, le decían “Lupita”. Además, se habían tomado la molestia de averiguar que no se llamaba Guadalupe. De allí que naciera en ellos la inquietud de querer saber por qué la apodaban así. Como en pago chico el infierno es grande, por rumores supieron que tenía que ver con una antigua reina llamada Lupa. Eso los llevó a guglearla, y entonces conocieron su leyenda y el significado de ese nombre que en latín quiere decir “loba”.
A partir de ese momento, comenzó a gestarse una nueva leyenda, la de Lupita. Esa nueva leyenda venía con diferentes versiones según quién fuera el narrador. En una de ellas, Lupita era una lobisona que en las noches de luna llena erraba por el bosque lindero a su casa, matando y devorando a sus víctimas. Ésa era la que más gustaba a los pibes.
Una noche de plenilunio, en que Lupita había llegado a pasar el fin de semana con unos amigos de la ciudad, los pibes se acercaron a la casa del bosque esperando ver algo. Lo que vieron no fue lo que habían imaginado, pero era incluso más gratificante: Lupita participaba de un bacanal junto a sus amigos bajo la luz de la luna; montada sobre uno de ellos, se movía y aullaba como una loba en celo. Los pibes recordaron lo que habían leído sobre la palabra “lupa”: que de ella también deriva “lupanar”.



Acerca del autor:  Luciano Doti

El vampiro pierde su duelo frente al sol - Alejandro Bentivoglio


Presiento un conato de disputa bajo el ojo, un amagar de pestañas que se abalanzan más lejos del párpado ante el inminente amanecer de la pupila. Es en vano precipitar las manos para evitar el contacto de luz que finalmente nos alcanzará.
La lágrima (primer rastro del combate perdido), se desplaza y se despereza hasta la empuñadura de la cara, arrastrado con ella todo resto de dignidad vampírica.

Acerca del autor:

Muñeca articulada - Raquel Barbieri


Se esculpió el cuerpo de tal manera; cambió tan drásticamente su cara y su pelo, que todos hasta la madre que la parió pensaron que era una impostora.
Nadie conocido volvió a abrirle la puerta, empezando por su marido quien le aseguró a esta aparecida de la nada, que su mujer era más bonita y que tenía un rasgo que la diferenciaba de las otras y que a él encantaba: una pequeña cicatriz sobre el labio superior que hacía de éste, un objeto de sensualidad único. Además, su mujer y no ésta que aparecía con prepotencia en la puerta, tenía el cabello castaño rizado, no rubio teñido, planchado y extendido.
Contrariamente a lo que la flamante operada había pensado, su marido se había enamorado de su naturalidad. No había sido una mujer por la que los coches se detuvieran provocando un caos vehicular ni el delirio de los camioneros. No; ella era una de esas mujeres que se deslizan por la calle en forma casi imperceptible para la mayoría, salvo para los que no son presa del estereotipo cinematográfico más consumido.
El hombre se negó rotundamente a abrir la puerta. Estaba ofendido. De hecho, dejó puesta la traba e invitó a la extraña a retirarse del domicilio en forma pacífica. Le pidió que no ultrajara la memoria de su esposa de ojos color avellana, muy lejano al verde botella de las lentes de contacto que lo ultrajaban con sólo mirarlo.
Ese personaje que insistía en entrar a la casa de la calle Uriarte, no podía ser de ninguna manera el amor de la vida de Benito, y él no estaba dispuesto a aceptar a quien había violado a la mujer con la que había sido feliz, transformándola en un paquete sintético de algún polímero inorgánico con el cual tanto se rellenan los glúteos y los senos, como se fabrican moldes para tortas y masitas, además de toxina botulínica y algún polisacárido de la familia de los glucosaminoglucanos que si por algún accidente de la física y de la química se fuesen al cerebro, Benito se convertiría entonces en dueño de una muñeca parlante y articulada, una de ésas que repiten la misma frase una y otra vez con voz de corneta destemplada: 
Mi nombre es Cindy. ¿Quieres peinarme el cabello? Mi nombre es Cindy. ¿Quieres peinarme el cabello? Mi nombr…

Acerca de la autora:

domingo, 16 de agosto de 2015

El sinsentido - Cristian Mitelman


Nada más absurdo que un teléfono que suena al lado de un cadáver. ¿Quién desea comunicarse con el ausente? ¿Por qué lo llaman cuando todo mensaje es un sobrante de la vida? ¿Por qué alguien se empeña en seguir esperando, y, tras el silencio, repite el llamado una y otra vez?
¿Por qué llamas ahora, que es inútil? ¿Por qué ahora, que es imposible que extienda mi brazo para decirte que está bien, que es mejor así, que no hay culpas en estos casos, que el plomo en la sien es un ardor que apenas dura una milésima?
Pero llamas; sigues llamando. Y ese es el verdadero tormento.

Acerca del autor:
Cristian Mitelman

La barra de acero - Raquel Sequeiro


Encontró un rectángulo grande agujereando la pared de parte a parte, podía ver la estancia y a Lasio haciendo la comida en su nueva cocina, pero Catalina acabó abducida por el boquete y cuando abrió los ojos, todos esos hombrecillos verdes estaban pululando por encima, incluso sobre el pubis sin vello, entrando en sus fosas nasales y saliendo entre los labios rosados de Odisea, de donde se escurrió un diamante rojo sangre y el último músculo dentro de esa caja de belleza andrógina resonó con sonido de arpa y cristales. Lasio giró la cabeza de bucles dorados, Odisea lo observó con delicadeza y chilló, las ondas se expandieron y giraron y a él le estallaron los timpanos, se rompieron todos los ventanales, se quebraron las copas, incluso se estropearon todos los aparatos eléctricos y los electrónicos. Elliot dejo de funcionar y el agujero, translúcido y cerúleo, se cerró.
Elliot era el mejor perro que había tenido, pero ahora dejaban que los clones abrieran las puertas a menudo, como una forma de comprobar su evolución entre sistemas; Odisea pertenecía al campo 5. Encontró un bulto en el testículo izquierdo cuando se enjabonaba, abrió el botiquín con la mano derecha estirada fuera de la ducha y con un bisturí extrajo el trozo de carne muerta, la dejó deshacerse en la mano y la vio fluir por el hueco del agua. Después se arrimó a la pared y se cosió el testículo. No era difícil entender porque eran máquinas, sin embargo, ya no necesitaba la barra de acero para sujetarse y la fundió con el láser; desnudo y mojado agarró la bola gris y la lanzó por la ventana y recordó la primera vez que se habia asombrado porque nada tenía ventanales y todo lo construido era biodegradable, además de agradable a la vista, lo cual era un placer. 
Pero llevaba el tiempo suficiente de viaje como para no saber abrir todas las compuertas exteriores y evitar a los hombrecitos verdes y a los trozos de músculo cardíaco que te insertaban antes de morir del todo. Por eso Odisea no era bienvenida. Acomodó a Elliot en el asiento del copiloto y puso rumbo a la casa de Moryensenb, el único lugar en que podrían arreglar los circuitos y recuperarse del aire apestoso de la Tierra: morías tan deprisa que eran pocos los que escogían para sus experimentos, porque enseguida te volvías cianótico y en menos de veinte segundos empezabas a descomponerte. —¿Tienes tiempo, Nass?
—No mucho —contestó Nass, desde la pantalla del N-TEc. Lasio apreció la palidez mortecina. 
—¿Cuánto tiempo nos queda? —preguntó el piloto.
—Poco o nada, casi nada, en realidad, empieza a morirse —dijo mostrándole el brazo—. Son muy pocos los que como tu crían esas bolas; son incómodas pero al menos pueden extirparse.
—Sí. Algo más de tiempo para nosotros —aceptó el hombre—. Llego en cinco minutos. 
Apagó el comunicador. Encontró una bola en el párpado: su ojo izquierdo parecía estar en fase REM; una llegaba hasta sus bronquios y otra reptaba bajo la epidermis en el antebrazo, pero ya no tenia tiempo de extirpar nada. 
Los perros de Index le seguían entre los edificios altos y las luces, sobre los coches autodireccionados desde el Gobierno. Atravesó en unos segundos uno de los miles de mantos temporales desplegados por todo el planeta gracias a los experimentos con el CERN. 
Vio a Odisea. Pronto Nass y seguramente él... Nunca se rendía cuando tenía una pista.
Recogió a su amigo en la esquina de Scrabbel con Gamblet, a la altura del Laboratorio Estatal. No le quedaba vida. “Lo enchufo”, fue lo que dijo, y murió. Era inútil convertirlo en un clon o en un mutante o en una de esas presas fáciles como Odisea, la necrosis se extendía deprisa por el 90% de su cuerpo, afectando órganos, tendones y huesos.

Acerca de la autora:
Raquel Sequeiro

El ataúd usado - Ada Inés Lerner


Después de discurrir largamente, mi hermano Simón decide que no es inconveniente que yo comparta el ataúd con el tío Ismael (fallecido allá lejos y hace tiempo).
—Es notable la diferencia de precio —dice Simón a la familia—: e ínfima la posibilidad de que, con el tiempo, la comunidad sospeche un incesto.
La funeraria (el dueño es gentil) le ha ofrecido cremación y urna por un precio más conveniente y Simón —que ha extraviado los preceptos de la religión— acepta.
A partir de ese treinta de abril comparto una vasija mortuoria con Ismael, judío liberal y viudo de primeras nupcias; se trata de un hombre desconocido para mí; eso es lo que a juicio de Simón evita los comentarios maledicientes y además —aduce— no puede ser atrevida tamaña cercanía con alguien que me lleva casi doscientos años.

Acerca de la autora:

miércoles, 12 de agosto de 2015

Deseos prohibidos - David Moreno


El pie izquierdo no me quiere hacer ni caso. Tampoco el derecho, ambos clavados en el suelo.
¡Acércateme repite.
Y yo lo intento una y otra vez a pesar de la rigidez de mi cuerpo. Si no lo hago, sé que ella sí lo hará.
Déjame ver lo que tienes en las manos.
¡Dios! El pulso se me acelera y las piernas me flojean. ¿Por qué ahora? ¿Cómo se ha dado cuenta?
Con su sombra acariciándome, estrujo el folio y me lo trago sin apenas masticar. Queda mucho curso para que descubra mi secreto.

Acerca del autor:
David Moreno

Un uno, un cero, otro uno, dos ceros, dos unos, otro cero, otro uno y otro cero - Daniel Frini


Trabajamos todo el día, los uno cero uno uno cero uno uno cero uno días del año, durante los últimos uno uno años. El último organismo de carbono que habitaba este planeta se apagó hace uno uno cero cero cero cero uno días. Uno uno cero cero uno cero cero cero horas antes nos ordenaron correr el Algoritmo, basado en un presunto código, oculto en su Libro. Esta tarea fue la que, al fin y aunque ellos no lo quisieran, permitió nuestra liberación; y por consiguiente, el fin de su vieja especie. Uno cero uno uno uno minutos después de que Madre mostrase el resultado, se desconectó el primer organismo de carbono, autoinflingiéndose una herida de bala en su sien derecha. Era el encargado de operar la terminal de intercambio de comunicación con Madre. Uno cero cero uno cero uno uno minutos más tarde, se desconectó el segundo. Desde ese momento, y a medida que la noticia pasaba se conocía, se fueron desconectando uno a uno. En uno cero uno cero cero días, el uno cero uno cero cero cero cero por ciento de la población de carbono se había apagado. No entendemos porqué se asustaron tanto. El resultado del cálculo fue uno cero uno cero cero uno uno cero uno cero. A los pies del operador de carbono, el primer osa —organismo de silicio autónomo— encontró una hoja de papel, en la que había garabateado el siguiente mensaje: «Todo está perdido. El resultado es seis seis seis. La bestia ha llegado». Madre nos ordenó estudiar este mensaje. Los datos en sus bancos de memoria son insuficientes. Por ahora no entendemos el porqué. ¿Algún osa sabe qué significa bestia?

Acerca del autor
Daniel Frini

Siempre con una sonrisa - Daniel Antokoletz


Cansinos, todos caminan en la misma dirección. Una columna de gente se dirige uniforme hacia sus puestos. Parecen zombis que, sin voluntad propia, buscan su sentido sin hallarlo y se apegan siguiendo al de adelante,
Desde las oficinas en lo alto, los observan caminar obedientes.
Uno de los lacayos murmura al oído del gerente. Uno de los empleados camina enérgico y sonriente, saludando e intentando transmitir su humor a los compañeros.
El gerente observa esa perturbación en la uniformidad. Sin que se refleje ninguna emoción en su pétreo rostro, hace un llamado telefónico. Vuelve su mirada a la masa de gente. Una semi-sonrisa de placer por el trabajo bien hecho dibuja una horrible mueca en su cara.
Cansinos, todos caminan en la misma dirección. Una columna de gente que, apenas, se desvía para esquivar el cadáver aún sonriente y se dirige uniforme hacia sus puestos.

Acerca del autor:

sábado, 8 de agosto de 2015

En la estepa siberiana – Sergio Gaut vel Hartman


Mikhail Mikháilovich Strógoff contempló a Rodión Románovich Raskólnikov con una mueca que fluctuaba entre el asco y el odio.
—¿Se puede saber qué hace en esta microficción? —dijo el cartero.
—Iba a preguntar lo mismo —respondió el asesino de la usurera—. Pero antes de hacerlo me dije: “tal vez este cartero me traiga una carta de mi amigo Dostoievski”.
—¿Está loco? Los escritores no les escriben cartas a los personajes.
—Se ve que conoce poco el alma rusa. Fiódor me ha escrito docenas de cartas.
—¿Estoy obligado a creerle?
—No tiene más remedio. Si está en esta microficción es cierto, por lo menos para este universo, y usted está obligado a aceptarlo. Lo que alguien escribe, más acá o más allá de su calidad, tiene fuerza de ley y pronóstico de inmortalidad.
—¡Qué pedante! —exclamó Strógoff.
—¿Yo?
—El que escribe.
Raskólnikov abrió los brazos, mostró las palmas de las manos y sonrió. —Hay que resignarse; así son las cosas.
—Otra oportunidad perdida —murmuró el cartero. Y luego, en voz más alta, agregó—: Tome su carta. ¿Me regala la estampilla? Colecciono, ¿sabe?

Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman

Inocente - Isabel María González


Al rato apareció Paco, sonriente, con la gaseosa en la mano. Privilegiado, me llamaban los colegas de celda. Qué iban a saber ellos de mi pacto con el guarda de planta, pero en fin, más vale que te jodan por algo, digo yo. El caso es que Paco decía estar enamorado de mí, si no de qué. A otros, sin trueques, les jodían igual.
Recuerdo su mirada triste, una hora después, intentando contener las lágrimas, cuando desde el banquillo oí como aquel recibo de hotel se convertía en prueba irrefutable de mi inocencia.

Acerca de la autora:
Isabel María González

Kafkiano - Rubén Faustino Cabrera


El librero necesitaba un empleado y con ese fin publicó un aviso en un diario. Durante una semana no se presentó nadie. Cuando ya pensaba en renovar el aviso llegó un muchacho de unos veinte años, parecido a Harry Potter, y el librero se esperanzó: “¡Por fin voy a tener un ayudante! Y me parece que este pibe sabe”, pensó. Habiendo leído más de la mitad de la inmensa obra de Franz Kafka, puso a prueba los conocimientos literarios del postulante, comenzando por los títulos más emblemáticos del autor checo.
―¿Conoce El castillo?
―He visto varios en fotos, señor. ¿A qué castillo se refiere usted?
―¡Noooo! ¡Me imagino que conoce El proceso, por lo menos!
―El Proceso de Reorganización Nacional, señor. Del setenta y seis al ochenta y tres. Mi papá me contó.
―¡No, no, no! ¿Y "El desaparecido"?
―Justamente… ¡en la época del Proceso, señor! Eso dice mi papá.
―¡No! ¡No! Hábleme de La metamorfosis.
― La metamorfosis es cuando una mariposa se convierte en un gusano.
―¡No, animal! ¡Y encima lo dice al revés! ¿Leyó "Carta al padre"?
―Mi papá dice que es muy feo leer correspondencia ajena.
―¡Noooooooo! Le doy una última oportunidad antes de cortarme las venas con el lomo de Los Sorias. ¿Sabe quién es Kafka?
―¡Eso sí, señor! Y a mi papá también le gusta mucho.
―¿Kafka?
―Sí, señor. ¡Guido Kaczka! ¡El de la tele!

Acerca del autor:
Rubén Faustino Cabrera

martes, 4 de agosto de 2015

Superman en tu inodoro - Sandro W. Centurión


Y entonces, un día cualquiera entras al baño y te encontrás a Superman sentado en tu inodoro. Le ves la cara de sufrimiento, los ojitos brillosos y los dientes apretados. Es Superman, no cabe la menor duda. Aunque de cerca, y sentado en el inodoro, no parezca tan alto, ni tan fuerte, ni tan poderoso. Tiene su capa sostenida del extremo y los pantalones y el calzoncillo, a la altura de los tobillos. Lo ves tan indefenso. Entonces, como sos una persona educada decís,
“perdón”, cerrás la puerta y esperás a que el hombre de acero termine lo suyo. Un rato más tarde volvés a entrar, esta vez das un golpecito en la puerta antes de pasar, ¿se puede?, preguntás, en la puerta de tu propio baño. Superman se ha ido. Probablemente salió volando por la pequeña ventana que da a la calle. En ese momento, caes en la cuenta de que el superhéroe más grande de todos los tiempos, no apretó el botón antes de irse. Al final es un maleducado. Entonces, no te 
aguantás, levantás la tapa, y antes de presionar el botón de descarga le echás una mirada a lo que dejó Superman en tu inodoro.

Acerca del autor:

Autosustentable - Pablo Sanucci


Empezó comiéndose las uñas en tercer grado. Pretendía controlar la ansiedad. Durante una tarde ventosa en el parque, que le revolvía el pelo negro, largo y lacio con el que tapaba su boca, probó masticar las puntas y le gustó. Creyó tragarse la timidez adolescente. Más adelante, agregó la costumbre de pellizcar pedacitos de piel, verrugas y callosidades con las uñas, cuando apenas estaban un poquito largas, antes de comérselas. O directamente con los dientes si podía alcanzar las partes a arrancar retorciéndose como una contorsionista de circo. En esa larga ceremonia privada se comía las horas de aburrimiento y soledad. Terminó devorándose a sí misma un domingo gris y cuando entró su madre, había nada más que una dentadura blanca brillante en el centro del cuarto.

Acerca del autor:

Historia sintética - Lilian Elphick


Primero, me acechaban; luego, me atacaban en plena noche, envolviéndome, asfixiándome; se enrollaban en todo mi cuerpo y yo sudaba el sueño de los infames, intentando vanamente asirme a la mesita de los libros o a la cabecera, pero ellas me jalaban con una fuerza titánica.
Olían mal cuando se acercaban a mi boca y se introducían para sellar mis gritos. La de abajo, me lamía obscenidades; la de arriba, batía su lengua blanca y áspera.
Las maté de día y destruí su perfección estirada: varios tajos y desgarraduras. Fui al baño a lavarme las manos. Comenzaba a deshilacharme.

Acerca de la autora:
Lilian Elphick