—¡Acércate! —me repite.
Y yo lo intento una y otra vez a pesar de la rigidez de mi cuerpo. Si no lo hago, sé que ella sí lo hará.
—Déjame ver lo que tienes en las manos.
¡Dios! El pulso se me acelera y las piernas me flojean. ¿Por qué ahora? ¿Cómo se ha dado cuenta?
Con su sombra acariciándome, estrujo el folio y me lo trago sin apenas masticar. Queda mucho curso para que descubra mi secreto.
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David Moreno
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