Al rato apareció Paco, sonriente, con la gaseosa en la mano. Privilegiado, me llamaban los colegas de celda. Qué iban a saber ellos de mi pacto con el guarda de planta, pero en fin, más vale que te jodan por algo, digo yo. El caso es que Paco decía estar enamorado de mí, si no de qué. A otros, sin trueques, les jodían igual.
Recuerdo su mirada triste, una hora después, intentando contener las lágrimas, cuando desde el banquillo oí como aquel recibo de hotel se convertía en prueba irrefutable de mi inocencia.
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Isabel María González
Isabel María González
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