Un puñal hundido entre las dos costillas de un hombre que, en la soledad de la noche, se encuentra tirado a un costado de un zanjón, mientras que un perro husmea una bolsa de basura sin percatarse del gesto obsceno de la muerte, ahora que los ojos del agonizante parecen estar fijos en algún lugar del cielo y lo rayos de luna que reverberan en su rostro le dan la extraña dignidad de esos mártires que subsisten en vitrales de una iglesia vacía.
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Cristian Mitelman
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