martes, 27 de octubre de 2015

Cuento de nazismo mágico - Alberto Chimal


Torturadas, vejadas, adoctrinadas, las últimas sirenas decoraban las mejores fuentes y albercas berlinesas. Nadaban en línea rectísima, acompañadas por rudas marchas reproducidas en gramófono; el efecto era curioso, además, porque decían imitar a Esther Williams en Escuela de sirenas (Hitler y Goebbels eran fans secretos) pero vestían como Charlotte Rampling en Portero de noche.
No eran más de diez o doce al final y se suicidaron cuando ya se acercaba el Ejército Rojo: se echaron en un tanque de agua infecta, se tomaron de las manos para hacer una florcita, una humilde y breve figura, e hicieron estallar muchas granadas de mano.
Su esclavitud (decía la nota suicida) las había expulsado del territorio de la leyenda y amenazaba con encerrarlas en el de una mera historia, y (peor) una historia morbosa, pisoteada, que se volvería materia de libros ridículos y chistes infectos.

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