jueves, 15 de octubre de 2015

La última celada – Sergio Gaut vel Hartman


El Gran Maestro Vladimir Lapotov, alertado por sus propias triquiñuelas de que el mundo del ajedrez había sido pervertido por el mal uso de la informática, empezó a jugar la partida decisiva del XC Torneo de Hastings con los sentidos alerta y el ánimo perturbado. Su adversario, el Gran Maestro Kostantin Szabó, venía ganando todos los juegos sin que sus rivales pudieran ofrecer la menor resistencia. Lapotov intuía que Szabó se había hecho implantar un puerto de entrada de ondas xi, la última moda en materia de empaquetamiento de señales, y que un operador manejaba una Jubka Premium, el non plus ultra en materia de ordenadores ajedrecísticos, enviándole las mejores jugadas posibles. Por lo pronto, y tras una apertura en la que el húngaro había sacado una ventaja posicional notable, Lapotov se encontraba maniatado, casi sin contrachances en un medio juego complicado. Su rabia fue en aumento y cuando Szabó hizo una jugada que tenía el inconfundible sello de Jubka, y lo dejaba en posición desesperada, Lapotov se levantó de su silla y sacando una Glock del bolsillo le voló la cabeza a Szabó. Pero enorme fue su sorpresa al ver que de la herida, de la que debería haber manado sangre, saltaban chips, relés y nanotransmisores. La sala contuvo el aliento y hubo un instante de tensa incertidumbre que fue roto por  Igor Torilenko, el entrenador de Kostantin Szabó, quien dándole un empujoncito al simulacro suplente, lo hizo sentar frente al tablero mientras los ordenanzas limpiaban el estropicio.
—Aquí no ha pasado nada —dijo Torilenko—. La partida sigue.

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