—¿Le gusta viajar, Clariberta?
—¡Ay, sí, Teofrasto! ¿Adónde me
va a llevar?
—Santos Lugares, ¿qué le parece?
—¡Estupendo! ¡Maravilloso! Ya me
imagino: Jerusalem, La Meca, Roma, Lourdes. ¿Cuál de todos esos
santos lugares tiene en mente?
—Santos Lugares, partido de Tres de
Febrero, ferrocarril Urquiza, el que sale de Federico Lacroze. Buen
servicio, muy puntual. No la noto muy entusiasmada.
—Por favor, Teofrasto. Yo con usted
iría hasta el fin del mundo.
—Jamás le propondría algo así,
Clariberta. El fin del mundo es algo muy triste, un lugar sin mañana,
¿comprende?
—En realidad no, ni siquiera sé de
qué me está hablando. Pero no importa. Yo lo admiro por el enorme
pene anillado que me transporta al paraíso cada vez que me penetra.
¿El paraíso y el fin del mundo son lo mismo?
—¿No se estará confundiendo,
Clariberta? El del pene anillado es mi hermano mellizo, Teofrastro.
—Me deja anonadada, estupefacta.
¿Cómo es posible que usted y su hermano mellizo se llamen del mismo
modo?
—Nos pusieron el mismo nombre para
que no nos confundiéramos, imagínese: somos dos gotas de agua, si
obviamos el asunto del pene, claro.
—¿Llamarse igual no es motivo de
confusión?
—¡No, todo lo contrario! Supóngase
que en lugar de Teofrastro mi hermano se llamara Carlitos, y toda la
gente, incluso yo mismo, le dijera Teofrastro.
—Tiene razón; sería terrible.
—Entonces, ¿acepta mi invitación?
—Me decepciona un poco que su pene no
sea anillado, por lo que no podrá transportarme al paraíso cuando
me penetre. Pero igual acepto.
—Yo me refería a ir a Santos
Lugares.
—Ah, cierto, tiene razón. ¿Cuándo
salimos?
—Ahora mismo. Aquí llega el tren.
Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman
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