domingo, 20 de septiembre de 2015

Sobre la inmaterialidad - Vladimir Koultyguine

 

El cielo, ¿existe o no existe?
La luna, ¿flota o no flota en el cielo?
Las nubes, ¿cubren o no cubren el rostro de la luna?
La lluvia, ¿cae o no cae de las nubes?
La hierba, ¿crece o no crece con la ayuda de las nubes?
El sol, ¿calienta o no calienta la hierba?
Muchas otras preguntas ocupaban el cerebro de Fernando mientras estaba de pie en el ascensor, con la comunicación ausente. Ya había contado el enésimo minuto cuando vio reaparecer la iluminación; debía alegrarse, mas ¿cómo hacerlo si comprendes que no existes?
Es bastante fácil figurarse cosas cuando uno está parado en un ascensor sin señal alguna de lo que sucede a su alrededor. ¿Acaso existen el ascensor, la casa y todo este inmenso cigarro que es el mundo de las ciudades?
Aquí hay un problema más: si todo esto es así, ¿cómo pudo pensarlo Fernando? ¿Cómo puede pensar o hacer alguna cosa?
Si hubiera dejado caer sus llaves al suelo del ascensor, no las habría podido tomar: habrían atravesado todo hasta los cimientos del edificio, pasando por todo lo colorido y descolorido en lo que pensamos como "Tierra", hasta llegar a un espacio-tiempo donde no hay ni lo uno ni lo otro, y por donde no se puede pasar si no se camina.
Pero también estaría privado de la posibilidad de tomar las llaves del suelo por la razón de ser él mismo compuesto por cosas parecidas a estas llaves, y por ello inmaterial. Logró hacerlo pero a costa de un movimiento exagerado, inseguro, temblando. Las puertas se abrieron, y pudo entrar (¿salir?) a la escalera encerrada entre paredes pintadas de azul.

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