Sintió vértigo ante el abismo cegador de la página en negro. Parpadeó,
pero siguió sin ver nada, todo estaba a oscuras. Palpó la mesa, abrió un
cajón y escarbó buscando al tacto. Encontró la linterna y la encendió.
Pero, ¿de qué le iba a servir?, había cambiado su vieja máquina de
escribir por un ordenador y, hasta que volviesen a conectar el fluido
eléctrico, éste sólo era un enorme y caro pisapapeles. Apagó la linterna
y esperó, resignado, en la oscuridad.
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