Mi abuela Genoveva tenía un cardenal enjaulado; el bicho cantaba feliz en apariencia, nadie le iba a preguntar si lo era o no. Un día la vieja dijo a viva voz que creía en la libertad del vuelo; pensamos que abriría la jaula, pero no, carreteó por el patio de tierra hasta tomar suficiente impulso y salió volando. En segundos dejamos de verla y eso fue, luego, para siempre. En cuanto al pájaro, dejó de trinar y nos dijo:
—Entonces, ¿quién queda a cargo del alpiste?
Eduardo Mancilla
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