Sólo permanezco yo en esta grada huérfana de ilusiones. Aquí sentado es fácil conjeturar la carpa esplendorosa, rasgando el Universo. Puedo cerrar los ojos e imaginarla. Se evaporó el público, no hay lanzadores de cuchillos, y los animales, arrastrando cadenas de soledades, vagan perdidos sin látigo que los azuce. Los caballos trotan desbocados por la pista; el prestidigitador desapareció en su magia y los trapecistas ya no sobrevuelan la arena. Lloviznan palomitas y algodones de azúcar. Diluvian recuerdos disfrazados de payaso. Los sueños duermen, tal vez mueren. Ni siquiera deslumbran los focos. Se eclipsaron las risas; enmudecieron los aplausos. Chirrían los goznes de la vida mientras se ausculta la melodía del silencio, cercando las fauces de ese león que ya no ruge. A lo lejos, entre remolinos de congojas, tu sombra huye despedazada en mil fragmentos.
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