Era la Noche de Brujas o Halloween. Mi sobrino me
preguntó acerca del origen de la festividad. Casi le hablo sobre los celtas y
el Samhain, pero me pareció más entretenido narrarle la leyenda de Juan y la
linterna.
—Juan era un agricultor de calabazas famoso por ser un bebedor de
mala vida. Un 31 de octubre a la noche, el Diablo fue a llevarse su alma,
entonces Juan le pidió un último deseo: beber una cerveza. Tras beber la
cerveza, le manifestó que no tenía dinero para pagar; así que, solicitó al
Diablo que se convirtiera en moneda para ello. El Diablo lo hizo, y Juan
aprovechó para meterse la moneda en el bolsillo donde también guardaba una
cruz. Al quedar prisionero, el Diablo tuvo que prometer no molestar a Juan
durante un año, para que éste lo dejara salir.
—¿Y qué pasó al año? —preguntó mi sobrino.
—Al año volvió con el mismo propósito. Juan le pidió otro último
deseo: comer una manzana. El Diablo trepó a un árbol a buscar esa manzana, y
Juan aprovechó para tallar una cruz en el tronco. El Diablo, nuevamente
prisionero, esa vez debió prometer no buscar nunca más a Juan.
—¿Y qué le ocurrió a Juan? —inquirió con la
curiosidad que caracteriza a los niños.
—Cuando murió, Juan fue al Cielo, pero allí fue rechazado por sus
muchos pecados; bajó al Infierno, donde el Diablo se negó a recibirlo,
lanzándole llamaradas de fuego que Juan atrapó con una de las calabazas que
solía cosechar, convirtiéndola en una suerte de linterna. Con la luz de esa
linterna escapó hasta llegar a un descampado en medio de un bosque, en el cual
por ser viernes se celebraba un aquelarre de brujas. Esas hechiceras supieron
enseguida lo que había logrado hacer con el Diablo, y lo acogieron en el seno
de su grupo.
Aquella noche de Halloween, una vez que
mi sobrino se marchó, salí al fondo de casa, donde tengo una higuera. Recordé
que a mí de niño me decían que el Diablo se materializaba junto a las higueras.
Vi, o creí ver, a un hombre de largo sobretodo negro y chiva. ¿Qué hacía en el
fondo de mi casa?
Me habló. Me acusó también a mí de ser un
bebedor de mala vida. Le dije que no confiaba en que fuese el Diablo, ya que no
lo había visto descender de la higuera.
Se ofreció a trepar la higuera para
cumplir con esa rutina. Yo asentí con la cabeza. Cuando estuvo arriba, tallé
una cruz en el tronco y regresé adentro.
No sé si conocer la leyenda de Juan y la
linterna me salvó la vida. Ni siquiera sé si todo eso fue real. Pero al día de
hoy, la cruz tallada en el tronco de la higuera sigue ahí.
Acerca del autor:
No hay comentarios:
Publicar un comentario