miércoles, 24 de febrero de 2016

Paréntesis - Paula Duncan


La noche pintaba sonidos iridiscentes sobre el agua mansa del arroyo, las hojas de un sauce llorón acariciaban la superficie, un enorme árbol de magnolias daba sonidos entremezclados de blanco y perfume solo interrumpidos por el chapoteo de los peces bajo la luz mortecina de la luna creciente, que como principio de un paréntesis abierto, marcaba en el cielo que algo estaba a punto de suceder en la tierra, ahí en ese claro, al borde del agua.
Él llegó primero, y después de varios cigarrillos, llegó ella, apurada, despeinada; con voz entrecortada le dijo que unos cazadores furtivos casi llegaron a descubrirla; él la abrazó con inusitada ternura hasta calmarla… después se besaron apasionada, loca y salvajemente, dejando brotar ese amor robado, prohibido y tan intenso que los poseía como hechizo; sus cuerpos se buscaron, se encontraron y estallaron en cientos de pequeñas gotas de pasión; pero ese sentimiento no les daba paz, se la quitaba, y decidieron terminarlo. Parados frente a frente, se dijeron adiós con el alma y el corazón resquebrajados por una pena tan inmensa que los cubrió y los volvió oscuros y opacos.
A cierta distancia un movimiento entre los matorrales los sobresaltó, ella asustada apoyó su espalda en el pecho de él buscando protección; en ese instante preciso, sonó un disparo que atravesó los dos corazones; cayeron muertos enlazados para siempre.
En el cielo un resplandor difuso cerró el paréntesis sobre algo que aquí en la tierra, en el claro junto al arroyo nunca sabremos si en realidad sucedió.

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