miércoles, 24 de febrero de 2016

El asado del domingo - Abel Maas



El asado es un componente básico en el desarrollo de la vida sentimental del hombre del Río de la Plata. Cuando nos enchastramos con el carbón, cuando encendemos el fuego, cuando nos quemamos, cuando nos lloran los ojos, acomodamos, controlamos y calculamos ese delicado equilibrio entre carnes y brasas. Hay que decirlo claramente: ellas se calientan con eso. No es fácil de entender, no es explícito, pero es así. Sin el componente sexual, porque estamos concentrados en otra cosa, a los hombres también nos gusta ser observados durante esa tarea, por nuestras esposas y por las de nuestros amigos. Sobre todo las de nuestros amigos. De un amigo.
Ese plus de masculinidad que se nos atribuye al vernos en ese estado lamentable, resulta incomprensible, aunque tal vez sea una de las variables del famoso vínculo sadomasoquista.
Nadie como uno mismo para ser el rey de esa ceremonia y cada uno de nosotros sabe íntimamente que uno es el mejor y el secreto mejor guardado serán los datos del propio carnicero.
A mí me gusta mucho hacer asados y los hago mejor que nadie, pero no los hago nunca porque no soporto que me griten “¡un aplauso para el asador!”.
Las mayores y únicas abanderadas en esta causa noble, serán nuestras chicas —más o menos chicas— que ocupan total o parcialmente nuestro corazón, son ellas las que dirán:
—El asado lo hace ÉL;
—ÉL hace el asado.
—Hace mucho que no hacés un asado.
—No sólo hace el asado, también te lo cuenta.
—Lo único que sabe hacer es el asado.
—Llevale un vaso de vino a tu padre.
—¿Voy trayendo las ensaladas?, dale Samantha, movete
—Eso sí, el asado lo hace bien.
—No sirve ni para hacer un asado.
Y están las que, finalmente, imposibilitadas de despojarse de su rol filial, nos susurrarán al oído:
—…papu, que rico te sale el asado...
Brindo con los amigos del blog por esa muchacha que me lo dijo.

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