viernes, 12 de febrero de 2016

La duda razonable - Enrique Tamarit Cerdá


Inmaculada Roca no gozaba como es debido. No por falta de empeño, sino por mala suerte, pensaba ella, o por falta de pericia y de paciencia, le observaban sus amigas. El caso es que, aparte de un cierto bienestar y una difusa excitación durante los juegos preliminares, el intercambio carnal jamás le había deparado otra cosa que incomodidad y fatiga. Por ello afrontaba las veladas festivas sin ilusión, las proposiciones concretas sin entusiasmo y las nuevas relaciones sin convicción. Careciendo de referencias propias en lo tocante a estremecimientos y espasmos, no es de extrañar la ambigüedad esencial de sus gritos mientras el mulato Amador Toro, con alarde acrobático, la volteaba sin pausar sus acometidas, y ella sentía temblar la tierra y que el mundo se les venía encima. Como así fue: magnitud 6,9 en la escala de Richter. Cuando hallaron sus cuerpos bajo los escombros, ella tenía una mueca de escepticismo.

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