Él era un cordero y me balaba al oído. Yo acariciaba su vellón y daba brincos de felicidad. Pero, yo quería más acción. Lo desollé y le puse una piel de lobo. ¡Aúlla ahora!, le ordené. Maulló apenas, como un gato recién atropellado. Entonces, ¡habla como hombre!, rugí. Y él me miró con ojos mansos. Anochecía en el Gólgota.
Acerca de la autora:
Lilian Elphick
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