El mensajero del correo privado le pregunto al surubí. El surubí lo envió con el yacaré, quien le sugirió preguntase a tres hombres que estaban sentados en un banco hamacándose. Los tres hombres extraños lo enviaron a un botero que estaba herido y lo transportó a la isla de Horacio.
Era Horacio Quiroga que había encargado vino y queso. En la isla gozaba de eterna juventud, pero no podia abandonarla jamás. El mensajero lo vio sentado de espaldas, pescando frente al río. Horacio, sin volverse, le indicó que dejase el pedido, y el mensajero se fue por donde vino, pensativo.
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Roberto Yamakata
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