—¡Lo parió! ¡Qué lío que se armó esa noche, don Ramiro! Le juro que
varios pensamos que se nos venía la sombra eterna —dijo Aparencio, el
mecánico de cosechadoras.
—Sí; me han contáu. Lo que no me
alcanzan las entendederas es para comprender si son cosas quiace la
ginebra o cosas que sucedieron, nomás.
—¡Qué van a ser de la ginebra, don! Todo es más real que mi madre.
—¿Lo de la lechuza, los cuervos, el compadrito y la comparancia?
—¡Pero mire que había sido desconfiado! ¡Claro que sí, el compadrito ése, el poeta!
—¡Y
qué quiere! Tiene razón la lechuza… Todos le cantan al cuervo: cuervo
de acá, cuervo de allá. ¿Dígame: usté vio alguna vez un cuervo? ¡Acá hay
lechuzas, amigo! Por eso digo: la lechuza tiene razón de estar
enculada. Así que cuando vino a cantárselas al compadrito, nunca mejor
dicho en criollo: le cantó la justa. O sea.
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Héctor Ranea
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