miércoles, 9 de septiembre de 2015

Escenas de un Restaurante - Jorge Oropeza


Sentado en una de las esquinas, su esquina diría yo, se encuentra el hombre como todos los días. Tiene el periódico abierto frente a sí, ocultándolo por completo. Hay que verlo por detrás para darse cuenta que recorre la página apenas a unos cinco centímetros de distancia de sus ojos. Requiere una gran paciencia, pienso, recorrer así un periódico. Metódico, abre una a una las hojas, las revisa a la distancia (imagino que apenas alcanzará a ver manchas) y cuando encuentra algo que llama su imaginación, debe acercarse y repasarlo pegando la nariz al texto. Y así lo hace con todas las hojas. La tarea le lleva mucho tiempo. Imagino la enorme emoción que debe tener al cargar consigo un periódico nuevo, listo para repasarlo. Imagino también su profunda satisfacción al terminarlo. Imagino, al fin, la terrible soledad del lector miope, que emplea su tarde entera en revisar al mundo, aislado desde su rincón y detrás de su periódico.

Acerca del autor:
Jorge Oropeza

sábado, 5 de septiembre de 2015

Lo mismo en la vida que en la muerte - Alejandro Bentivoglio


Su afición al dinero continuó aún en la muerte. Así que cuando vio la barca de Caronte, preparó dos monedas falsas para pagar. El barquero tomó lo que se le daba y le indicó que subiera. El viaje fue largo y silencioso. Cuando llegaron a tierra, Caronte le hizo una seña para que bajara, ya estaba en la última morada de los muertos.
Al dar los primeros pasos encontró un enorme palacio de cartón pintado. Árboles de papel. Ridículos animales de telgopor.


Acerca del autor:
Alejandro Bentivoglio

Tomado del blog: Memorias del Dakota

La renuncia - Javier López


—¡Dimito! —fue la primera palabra que pronunció Su Santidad al despertar esa mañana. El camarlengo Pedro, el de Romano, entendió en ese mismo instante que la profecía de San Malaquías, que tantas veces había estudiado, comenzaba a cumplirse en su propia persona.
—¡Santidad! ¿De qué está hablando? Usted es el representante de Dios en la tierra, el pastor y guía de millones de católicos, el encargado de mantener la fe en el mundo, en este mundo que se encuentra en un momento tan especial y delicado que exige un líder espiritual fuerte, una iglesia sin fisuras.
—¿Fisuras? ¿Es que no las ves, Pedro? ¿No has visto las grietas en las escaleras, en los pasillos, en los techos abovedados, no te has dado cuenta de que el Vaticano se desmorona, como metáfora de los tiempos que están por llegar?
—Pero Santidad, la iglesia no contempla la anulación del cargo de Santo Pontífice; el cargo es un honor, un privilegio, pero a la vez es una cruz, una pasión que se encarnó en su persona, por obra y gracia del Espíritu Santo, de la Santísima Trinidad, por obra y gracia de los cielos; en definitiva: por obra y gracia del mismo Dios.
—Mi fe decae, Pedro. Mi fe y mi capacidad de controlar toda esta podredumbre. La Banca Ambrosiana se ha convertido en una lavadora del dinero del narcotráfico, las armas, la prostitución. ¿Cómo podemos explicar esto a nuestros fieles? Esta noche tuve un sueño, un sueño en el que se me aparecía un tero gritando hasta romperme los oídos.
—¿Un tero? ¡Aquí no hay teros! Solo palomas, símbolo de la paz, de la tercera persona…
—Pues ahí voy a parar, querido Pedro. Si con la paloma hemos pretendido representar a Dios, al Espíritu Santo, ¿no será un tero la representación del diablo, no será mi sueño una premonición de que el día de la bestia se acerca? Lo dicho: ¡renuncio, no puedo más!
—Santidad, no puede inferir de ese sueño todo eso que está diciendo. Quizá ese pájaro sólo quería advertirle de que hay que retomar las cosas, seguir luchando…
—¿Luchando? Eso he intentado durante mi mandato, pero se sigue blanqueando dinero, la inmoralidad se extiende y las grietas… las grietas… aparecen por todas partes. ¿Sabe lo que haré? Antes de comunicar al mundo mi renuncia, aboliré la teocracia en el Estado Vaticano y promulgaré una constitución democrática. ¿Qué le parece? Quiero un Dios para todos, un Dios comprensible, asequible… cuestionable.
—¡Democracia! ¿Está loco? —Pedro sintió cómo se ruborizaba por su atrevimiento al pronunciar esa aseveración—. La democracia es un placebo para el pueblo, que se cree en la capacidad de elegir. Es Dios quien elige nuestro destino, nuestro futuro, los designios del hombre en la tierra. Y Su Santidad, no lo olvide, es su representante.
—Entonces acaba de darme la razón. Será Dios quien está loco, porque todo esto carece ya de sentido. No dilatemos más el asunto: anuncie mi renuncia a la Prensa.
El camarlengo, Pedro el de Romano, no quiso seguir discutiendo el asunto. Pocas horas más tarde la noticia ocupaba todos los titulares y cabeceras de los informativos. Justo entonces una enorme tormenta descargó con fuerza sobre la Ciudad Eterna; un majestuoso rayo quiso hacer blanco sobre la cúpula del palacio papal. Los cimientos de la magnífica construcción se agitaron. Ratzinger, que desde ese instante volvía a conocerse por su apellido civil, contempló una visión apocalíptica a través de una de las grietas que tanto le habían atormentado, ahora aún más abierta: el infierno podía percibirse con claridad a través de los muros del palacio. Había llegado el momento de cambiar su residencia.


Acerca del autor: 
Javier López

Del por qué dejamos de volar hacia las estrellas - Tanya Tynjälä


(En algún lugar de la galaxia de Circinus)
Cuenta la leyenda que antes de que el polvo dorado de las horas cubriera los altos Domos de Cristal, nuestros ancestros descifraron el secreto de viajar hacia galaxias lejanas. Construyeron varios vehículos voladores tan brillantes como nuestros cuatro soles y se dispusieron a buscar otros mundos habitados. Deseaban compartir, aprender, encontrarse con esos seres, quizá distintos en apariencia, pero igualmente creados con amor por la Madre Universal.
Mucho tardó la búsqueda, la tristeza ante el vano intento los embargaba, hasta que en una lejana galaxia encontraron un único sol cuyo tercer planeta rebozaba de vida.
De inmediato emprendieron el viaje que los llevaría al histórico encuentro... y fueron atacados, las máquinas voladoras destruidas, nuestros hermanos masacrados y desmembrados para luego estudiar sus partes. Se nos acusó de monstruos, de elucubrar crueles conspiraciones para dominar su planeta…
Nuestros líderes pensaron en un malentendido y prosiguieron con los viajes con la esperanza de convencer a esos seres de lo bueno de nuestras intenciones. ¡La Madre Universal, no podía haber creado tan bárbaras criaturas! ¡En algún lado debían tener alma! Pero las masacres siguieron, jamás trataron de entendernos, de entablar comunicación con nosotros.
Es por eso que decidimos dejar de volar hacia las estrellas, por temor a encontrarnos con otros mundos poblados por seres tan llenos de odio. Destruimos todas las máquinas, eliminamos todo vestigio de tan triste tecnología y solo nos queda mirar de cuándo en cuándo hacia el firmamento, para comprobar que ellos siguen sin descifrar el secreto de viajar a otras galaxias…
…y quiera la Madre Universal que nunca lo hagan.

Acerca de la autora:
Tanya Tynjälä

martes, 1 de septiembre de 2015

Cuatro días de paz – Daniel Frini


Soy cadáver. Las fiebres me enfermaron y, finalmente, acabaron conmigo; y ahora hace ya cuatro días que he muerto. Claro que tuve miedo, mucho miedo. Quién, en sus cabales, puede decir con sinceridad que no le teme a la muerte como se teme, al menos, a todo lo desconocido; con esa aprehensión que nos produce lo que nos saca de la rutina. En mi caso, de la rutina de vivir.
Fui querido; y morí en compañía de los míos. De mis hermanas, de mi familia y de algunos amigos. Y aunque otros, muy amados míos, no estuvieron conmigo antes de mi partida, sé que me lloraron y se conmovieron por mi final.
Como siempre ocurre, al que parte sólo podemos demostrarle nuestro cariño de una manera curiosa: a través de los ritos funerarios. Y en mi caso no estuvo nada mal. Mis hermanas cerraron mis ojos y me besaron, me lavaron y ungieron con perfumes y aceites, ataron mis manos y mis pies, me vendaron  y pusieron mirra y aloe entre las vendas; colocaron dos denarios sobre mis ojos y cubrieron mi cara con un sudario. Vinieron a despedirme todos los habitantes de mi aldea y hasta de aldeas vecinas. Fui llevado en procesión hasta el sepulcro en un féretro de mimbre. Algunos rasgaron sus ropas en señal de duelo, dijeron plegarias y hermosas palabras de lamentación, en recuerdo mío. Me colocaron boca arriba en un nicho blanqueado con cal, en la misma cueva donde descansan mis ancestros; y la entrada fue taponada con una roca enorme.
Así supe que fui querido.
En la oscuridad y el silencio, cosa curiosa, perdí el miedo y me sentí en calma y en paz. La muerte es buena y no pesa el saber que es para siempre. Vinieron a mi mente recuerdos de mi vida, desde la primera infancia y reviví cada uno de ellos con todo detalle. Podría decir, en cierto modo, que el sentimiento es bastante parecido a la felicidad.
Pero —siempre hay un pero— ningún descanso puede ser tal. Hoy, por la mañana, llegó de un largo viaje mi muy querido amigo, uno de los que no pudo acompañarme en mis últimos días. Junto con los suyos, consoló a mis hermanas, lloró por mí, se paró frente al sepulcro, oró, mandó que corrieran la piedra de la entrada, a pesar del olor a muerte que yo emanaba; y ordenó
—Lázaro, ¡levántate!
Lástima. Tan lindo que estaba acá y tener que levantarme porque a este se le ocurre hacer milagros justamente ahora, y conmigo.

Acerca del autor:

Wakan Tanka - Daniel Alcoba


Basta mirar el mundo que nos rodea, el cielo que nos cubre, para reconocer la obra de alguien muy poderoso. El más grande de todos es Wakan Tanka, no podríamos vivir sin él.
Durante la iniciática Danza del Sol, reprimida por el ejército de los Estados Unidos con una gran matanza que incluyó al gran jefe Sitting Bull, los guerreros sioux se practicaban cortes en el tórax y los miembros, para introducirse tacos de madera a los cuales fijaban unas correas que los unían, como otros tantos cordones umbilicales, al poste central, que representaba al Sol, hipóstasis del Espíritu Creador, eje del entero universo.
Igual que los espíritus de los muertos no se acercan a hablarnos, salvo en algunos sueños, con Wakan Tanka sucede lo mismo. Suponemos que está en todas partes, pero es como las sombras de nuestros difuntos a quienes no podemos oír.

Acerca del autor:
Daniel Alcoba 

Obsesión – Ana María Caillet Bois


Carlos es un admirador obsesivo del famoso escritor argentino Laureano Peña, quien está a punto de presentar su nuevo libro en Córdoba. Aventuras en África, que así se llama la novela, es la tercera entrega de una saga en la que se describen las andanzas de un grupo de cazadores de grandes presas. Laureano conoce la existencia de este sujeto que lo sigue a todas partes, pero aunque la situación no le gusta nada, no logra descubrir su identidad. Le molesta esa sombra que lo acecha y quisiera sacársela de encima, algo que, sin embargo, parece hallarse fuera de sus posibilidades. 
Carlos, por su parte, es cuidadoso en exceso, planifica todo con mucho tiempo de antelación, no deja nada librado al azar y hasta leído todos los libros anteriores del escritor hasta aprenderlos de memoria. En este caso particular hace más de un mes que ha comprado los pasajes para viajar a Córdoba y asistir a la presentación; no ve el momento de tener el libro entre sus manos para poder leerlo.
Laureano presiente que hoy lo encontrará y ha preparado varias alternativas para sacarse de encima a tan molesto admirador. Sabe que el libro puede ser el vehículo para terminar con él de una buena vez.
Cuando arriba a Pajas Blancas con el libro autografiado, Carlos está feliz. A duras penas domina la ansiedad y no ve el momento de relajarse en el asiento del avión para comenzar la lectura. Llega con el tiempo justo para el embarque y trata por todos los medios de evitar que los nervios le jueguen una mala pasada. Es habitual que la angustia le produzca espasmos y hasta le levante fiebre. Por fin, se sienta y comienza a leer. Cuando un rato después de haber decolado la azafata hace su rutinario paseo por el pasillo y le pregunta qué desea tomar, él ni siquiera se toma el trabajo de contestar. Incluso llama la atención de sus compañeros de asiento por la concentración con que lee y por el modo en que se le van coloreando las mejillas a medida que da vuelta las páginas.
El avión atraviesa una zona de turbulencias y se agita de un modo tan marcado que muchos pasajeros se asustan. Sin embargo, Carlos ni se entera; ya va por el tercer capítulo cuando el grupo de avezados cazadores, que han penetrado furtivamente en el Parque Nacional Masai Mara de Kenia y tratan de eludir a las unidades especiales que combaten a los depredadores, son atacados por una manada de feroces leones.
El avión ha pasado la zona de turbulencias. Las azafatas recorren de nuevo el pasillo para recoger las bandejas y una de ellas advierte que Carlos yace derrengado en el asiento, con los ojos cerrados y el libro a punto de caer de las manos, atravesado por el disparo de Marlon Stevens, uno de los cazadores. Una mancha roja crece en el pecho del infortunado lector y es posible, conjeturo, que Laureano Peña se sienta por fin aliviado por haberse sacado un peso de encima.

Acerca de la autora: