Todos los días, a la misma hora, un ritual marcaba la hora de té.
Primero el mantel, luego la porcelana francesa y exquisiteces varias.
Exactamente a las cinco de la tarde llegaban una a una cinco señoras,
hacía mas de diez años; una a una se sentaban a la mesa y sin hablar una
palabra tomaban el té.
Hasta que sucedió lo inesperado: la más
anciana no se presentó a la cita. Las cuatro
restantes se miraron asombradas y comenzaron a hablar y reír sin parar.
Ana María Caillet Bois
Pues no se que decir, mejor me callo por respeto a la señora fallecida. Descanse en paz la pobrecita.
ResponderEliminarUn saludo Ana María, he aterrizado aquí en relación con la iniciativa del compañero David.
Hasta pronto.