Para Jimena
El escritor golpeó la puerta de la
casa de la escribana a las tres de la madrugada. Era una noche de
tormenta despiadada y el único motivo por el que el matrimonio
arrancado del sueño no llamó a la policía fue el aspecto
desastroso y patético del tipo.
—¿Qué
quiere? —exclamó el esposo de
la escribana, un prestigioso abogado—. ¿Cómo se atreve a llamar a
la puerta de una casa de familia a esta hora? Podría haberlo corrido
a tiros sin remordimientos.
—¡Perdón,
perdón! No se enoje. No tengo malas intenciones. No soy ladrón ni
nada parecido. Soy escritor.
—¿Escritor?
—La escribana sujetó la bata con el puño y se hizo a un lado para
que el sujeto entrara al recibidor—. ¿Y qué hace un escritor en
medio de la tormenta? ¿Por qué no está en su casa, escribiendo, en
el caso de que le haya dado insomnio?
—¡Eso,
insomnio! No puedo dormir porque una idea me taladra el cerebro.
—¡Molestar
a la gente! —estalló el abogado.
—¡No!
Vean, esto que les voy a decir es muy raro, demente, pero sucede,
puedo demostrarlo.
—No
trate de enredarnos. No somos gente inocente a la que se pueda
engatusar. —Pero la escribana miró a su esposo, dio un paso al
costado e invitó al tipo a sentarse. Le daba pena y estaba
intrigada.
—Para
nada. Les cuento: puedo materializar cualquier cosa si la escribo.
Pongo “cigarrillo”, y aparece uno en mi mano; escribo
“encendedor”, y lo mismo; “cenicero”...
—No
fume aquí, por favor.
El
escritor sacó un block de notas, escribió las palabras anunciadas y
casi de inmediato tuvo un encendedor, un cenicero y un cigarrillo en
la mesa que estaba junto a la silla. Pero no lo encendió.
El
matrimonio miró al sujeto y tanto la mujer como el hombre trataron
de determinar si no estaban soñando. Llegaron a la conclusión de
que no, no estaban soñando.
—Es
un truco —dijo el abogado.
—Es
verdad —replicó el escritor—. ¿Les parece que me tomaría todo
este trabajo para hacer un pase de prstidigitación, en una noche
como esta?
—¿Qué
quiere, entonces? —preguntó la escribana. No estaba segura si
debía reírse o echar de una buena vez al pobre diablo.
—Materialicé
una casa, muy linda, sencilla, pero cómoda. Es real; no estafé a
nadie para tenerla. Está junto a la laguna y solo le quité unos
metros de agua a los patos. Quisiera escriturarla.
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