lunes, 29 de junio de 2015

Delivery - Patricio G. Bazán


Eructó libre, salvajemente, con la plenitud de los impunes. Pensó durante dos segundos si valía el esfuerzo de limpiar las evidencias de la matanza, pero ¿quién vendría a meter la nariz en una cabaña perdida en lo profundo del bosque? Más importante era conseguir un antiácido: después de devorar a la abuelita y su nieta, sentía su vientre a punto de estallar.
Fuertes golpes a la puerta reclamaron su atención. Quedó inmóvil, ¿quién podría visitar a la anciana tan tarde? Carraspeó antes de atender, recordando cómo era la voz de la vieja.
—¿Quién es?
“Muy rasposa”, maldijo para sus adentros. Lo suyo no era la imitación.
—¡El leñador! —se oyó gritar, y a continuación se abrió la puerta.
Un joven alto y bronceado irrumpió jovialmente en la cabaña. A la luz del fuego que danzaba en la chimenea, podía apreciarse la potente musculatura contenida a duras penas por la ajustada camisa a cuadros.
—Soy tu hombre salvaje de los bosque, Abuelita... ¡como todos los viernes a la noche! —añadió con gesto cómplice, mientras comenzaba su sensual rutina de desnudista a domicilio.
"Vaya con la vieja!", pensó el Lobo Feroz.

Acerca del autor:

Licantropía en el monte - Luciano Doti


Más de una vez, al terminar de jugar un partido de fútbol, habíamos sentido una presencia extraña en ese predio conocido como Monte Dorrego. Eso sucedía generalmente en invierno, cuando el crepúsculo llegaba temprano y la oscuridad se apoderaba pronto de todo. Los árboles daban en esas circunstancias un toque más tenebroso al paisaje, obligándonos a abandonar el lugar a paso acelerado. De posibles actividades paranormales en el Instituto Sarmiento se sabía poco a ciencia cierta, pero circulaban rumores que abundaban en detalles truculentos. Con todo, algunos elucubraban que esa edificación emanaba un poderoso halo de maldad que impregnaba la atmósfera circundante, incluidos los altos árboles que el viento mecía incansablemente.
En algunas ocasiones, se habían hallado sobre el césped cuerpos de jóvenes muertos. No muchos, pero sí los suficientes como para que la leyenda urbana tomara forma; sobre todo teniendo en cuenta las laceraciones cutáneas y la carne desgarrada en jirones. La versión oficial hablaba de perros feroces vagando solos durante la noche, dogos argentinos o alguna raza inglesa. La de los vecinos, de robo de órganos para transplante; era la década del 80, y los rumores acerca de una combi recorriendo las calles a la caza de niños y adolescentes eran moneda corriente; más de uno aseguraba haber sido perseguido, logrando escapar milagrosamente. También se hizo presente el mito, y se introdujo un nuevo elemento a las narraciones orales de los acontecimientos: los asesinatos habían sido cometidos con luna llena. Entonces, los perros fueron reemplazados por lobos, los cuales serían un grupo de niños del instituto, que se habrían convertido en lobisones tras ser mordidos por uno de ellos, séptimo hijo varón.
Así, con la opinión pública dividida en dos, los que abonaban a la teoría del robo de órganos y los que creían el mito del lobisón, toda Lomas del Mirador estaba atenta y dispuesta a evitar un nuevo hecho sangriento.
Un sábado de luna llena fue la fecha elegida para que un grupo de niños del instituto tomara la comunión en la capilla situada dentro del predio. La ceremonia se realizó al atardecer, cuando ese astro, redondo y brillante, pendía bajo, casi al alcance de las manos; de alguna manera, era una luz que, cual péndulo de psiquiatra, desplegaba su poder hipnótico invitando a fijar la vista en ella. A los niños se los notaba raros, pero se atribuyó esa percepción al nerviosismo natural en personas que recién comienzan a vivir y se disponen a dar un paso que, a esa edad, parece tan trascendental, como es comulgar con Dios. Sin embargo, al ingerir el cuerpo de Cristo se pusieron pálidos y tuvieron que salir afuera para tomar aire fresco. Allí, bajo el influjo selenita, empezaron a padecer convulsiones, y se les hinchron las venas y tendones, al mismo tiempo que su cuerpo se cubría de vellos; era un ataque de licantropía, a la vista de todos. La gente huyó despavorida, excepto un grupo de hombres que, sin darles espacio para atacar, los tomó en sus brazos y los empujó dentro de la capilla, donde el sacerdote los roció con agua bendita. Los niños quedaron tirados en el piso, con la respiración agitada y el pulso acelerado; un sudor frió les cubría la frente, pero su cuerpo hervía de fiebre. El cura, sosteniendo un crucifijo frente a ellos, procedió a pronunciar un antiguo conjuro en latín: “¡Vade retro, diábolos!”.
Después de eso, no volvieron a repetirse los hallazgos de cuerpos sin vida, y la capilla se cerró, hasta el día de hoy que no se usa para nada.

Acerca del autor: Luciano Doti

Ojos y hojas - Estefanía Alcaraz


Algún día que ya no recuerdo, una gitana se presentó ante mí. Caminaba por un desolado callejón de mi amada ciudad y se detuvo al verme. Me extendió su mano ataviada por ríos de arrugas y me dijo que adivinaría mi suerte. La miré con desconfianza, siempre he sido escéptica de todas esas cosas. Pero ese día la melancolía había bañado mi alma y sus ojos grandes y rebosantes de sugestión se hicieron dueños de mi voluntad. Dejé que tomara mis manos. Cerré mis ojos y desde ese instante comencé un viaje a un tiempo no específico. La energía del tacto de nuestras manos, parecía convertir ese incoloro día en algo especial, una mezcla de verdes y magentas.
Me encontré paseando de su mano por un pueblo que no conocía. Era otoño. Centenares de árboles dorados habitaban los resecos suelos del lugar, se veían casas grandes y algunas carpas. Tendederos con coloridas telas colgaban y engalanaban el paisaje.
La gente se veía ocupada, parecía ser una comunidad de gitanos. Era un día laboral y nadie prestó atención a esas dos intrusas del tiempo que pisaban sus tierras.
Continuamos nuestro camino, me sentía cada vez mas cansada, mis piernas pesaban, y se me dificultaba el andar. Tenía que tomarme del brazo de la adivina. La mujer me dijo que faltaba poco para llegar a destino, de modo que renové mis energías y continué. Seguimos hasta llegar al pie de una montaña. Subimos unos metros por un camino armado por el hombre. Nos situamos en un lugar donde se podía ver el pueblo que acabábamos de visitar. No comprendía el sentido de aquel recorrido. Miré a la gitana, y con sorpresa noté que ya no era la misma anciana encorvada y achacada que encontré en el callejón. Ahora se veía joven, erguida, con la piel tersa y el cabello oscuro. Ella me observaba con sus envolventes ojos. Bajé mi mirada hacia mis manos y noté que centenares de arrugas habían usurpado mi epidermis, quizás estaba atravesando mis últimos días. Sentí miedo .No entendía la predicción. La gitana adivinando mi abrumado pensamiento, se acercó , tomo nuevamente mis manos y me dijo “ Lo único que pude adivinar es el vestido sin planchar en el que ahora se ha convertido tu cuerpo . Solo deseaba tener tu juventud, y lo he logrado”. Sacudí la cabeza espantada y abrí mis ojos. Me encontraba en el mismo callejón de la ciudad por donde venía caminando antes del extraño encuentro. La gitana ya no estaba, mis manos ancianas sostenían un manojo de hojas amarillas y secas, a pesar de que la primavera había comenzado.

Acerca de la autora:

jueves, 25 de junio de 2015

Gran soledad en la isla - Juan Manuel Montes


Federico Marinez se acomodó su fusil en la pared de la trinchera, con cuidado y haciéndose un fanal con las manos, prendió un cigarrillo. Como en cada noche, escuchaba latir el corazón en el borde de sus tímpanos. Aspiró fuertemente fumando al revés, mientras la brasa le coloreó las mejillas por dentro. Arriba vio cómo la artillería encandilaba el cielo nocturno, escuchó el percutor metálico de fusiles en la distancia, mientras bombas dispersas estallaban alrededor y a lo largo de la trinchera. La fría noche de mayo agonizaba en sollozos con su garganta de alambre de púas.
Escuchó hasta el mínimo sonido, hasta ese máximo silencio de la última bala que lo hirió de oreja a oreja.

Acerca del autor:
Juan Manuel Montes

Sociales - Antonio Jesús Cruz


En la capilla de la coqueta comuna Los Nogales, el sábado 26 de julio, contrajeron enlace Rosa Lima, hija de un reconocido fruticultor del medio, con el señor Abel Cerezo, oriundo de la localidad catamarqueña de Las Higueras. La boda, previa bendición de los anillos, fue oficiada por el párroco local Raúl Naranjo y los padrinos fueron Juan José Perales y Margarita Manzano. A posteriori, momentos antes de la fiesta que se llevó a cabo en el local nocturno Frutilla Roja, del elegante barrio Los Plátanos, se concretó la ceremonia civil en la cual sirvieron de testigos la señora Nicolasa Parra y el señor Adolfo Castaño.
El nuevo matrimonio se radicará en el la localidad serrana de La Viña, donde el padre de la novia posee plantaciones de duraznos, damascos y ciruelos.

Acerca del autor:
Antonio Jesús Cruz

Algunas cosas - Alejandro Bentivoglio


A veces me siento extraño en sueños. Pero pienso que no es nada del otro mundo que cuando despierte aún floten cosas en el cuarto, alguna pierna suelta, una cabeza desconocida, un pie, un recuerdo que busca la ventana abierta.


Acerca del autor:

domingo, 21 de junio de 2015

Derechos de autor – Sergio Gaut vel Hartman


La web es increíble. El 8 de septiembre de 2003 colgué un mensaje pidiendo cuentos de ajedrez para una antología, que se publicó en 2004. En 2007 un despistado ofreció un cuento que leí en 2010. Para poder aprovechar el relato, que era excelente, inventé una máquina del tiempo y viajé a diciembre del 2003, pero resulta que en esa época el autor aún no había escrito el cuento. Yo no podía alterar la secuencia temporal, por lo que volví a 2010 y decidí hacer una edición corregida y aumentada del libro, pero resultó que tampoco pude incluir ese cuento, ya que el autor había muerto trágicamente el 25 de agosto de 2009. Activé de nuevo la máquina del tiempo y me fui al fin de los tiempos para hacerle firmar el contrato. Pero había tanta gente esperando ser resucitada que no lo encontré. Regresé a mi presente y tras varios años de reflexión decidí poner el cuento en la antología, de cualquier manera. Se publicó en 2012. Al año siguiente fui detenido por la policía del Juicio Final y confinado en una celda de la cárcel del Limbo por usufructuar derechos de autor ajenos. Traté de defenderme, pero los magistrados eran invisibles y sus voces sonaban dentro de mi cabeza. A la larga comprendí que la condena no era kafkiana sino borgeana, pero eso es harina de otro costal. 

Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman