Su olor a papel le resultó, al final, intolerable. En un principio,
ése fue su atractivo fundamental y, por eso, Shakespeare llevó a Lady
Macbeth a su lecho. Allí el bardo conoció finezas extraordinarias con el
sexo de la diva y pergeñó dos de sus mejores sonetos. Pero el olor a
papel invadía todo, manos, pies, hasta utensilios de cocina, por no
citar los sexos, la pluma, el tintero. Finalmente hablaron de eso. Ella
entendió y volvió a la escena, al papel. Allí tendría la sangre
necesaria.
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Héctor Ranea
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