domingo, 26 de febrero de 2017

Jugar o no jugar o Así allá como acá – Héctor Ranea


Dadael, el ángel encargado de tallar dados, un maestro para los cubos de aristas mochas, se quedó de una pieza cuando del piso de más arriba le pidieron un juego de dados cargados. El tema de la Tierra no se podía resolver más con el azar, pero el nuevo directorio neoliberal pondría el grito en el cielo si el Jefe empezaba a poner las cosas en orden. Dadael se encogió de hombros y empezó a tallar los nuevos dados. Él, de política, no entendía nada.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

Restos de un personaje - Cristian Cano


Salta, repentino, un hombre delgado de movimientos ligeros, con pantalones que le llegan hasta la mitad de los tobillos, como los de una nueva Mantis. Y comienza a bailar sin decir ni “mu”: zapatea, patina y se queda quieto, pensando. Después desaparece. Voy dando vueltas y me hago café. Prendo el televisor e intento distraerme. No sé quién es: no habla. Juntando Muchas horas al Sol, se pone lento, anestesia el flujo y quiebra los colores. Pero nada de eso funciona, siempre termina por suceder la congregación de las sombras, ahí, en los rincones. Ahí, detrás de las patas de las sillas, en donde el mundo parece cambiar.

Sobre el autor: Cristian Cano

Filoso — Cristian Cano


—¿Por qué escribir? —preguntó exhalando humo.
—Porque nos obliga a despojarnos de lo que nos cierne.
—¿Y... para qué escribir?
—Para corregirnos —respondió—. ¡Bien pudiese yo vivir mil años para aprender de mis errores! Escribir es vivir más.
—¿Sabés qué buscás al escribir? —insistió.
—Sí. Vivir y dar vida.
—¿Y a quiénes considerás escritor?
—Eso es muy difícil de responder.

Sobre el autor: Cristian Cano

¡Fuego! — Cristian Cano


—Estoy pensando en otros tiempos, y no hubo matanza, lo sé porque si la hubiera habido me lo habrían dicho.
—No soy quien para valorar eso, señor —dijo el soldado que formaba a su lado—. ¡Preparen armas!
—Si me fusila me otorga esa nueva oportunidad, ¡y en ese tiempo hará mucho que la sangre ya habrá desaparecido!
—¡No confundan! Sufre de naturalidad fingida. ¡Apunten!
—¡Pero me amaron! —le agarró las manos—. Llevo un germen bueno... ¡Eva me amó!

Acerca del autor: Cristian Cano

Sonará el despertador a las cinco menos diez - Daniel Frini


Te levantarás sin mirarla, irás al baño despacio, tomarás dos mates parado en la cocina, saldrás abrigado porque la tele dice que hace dos grados y que subió el dólar que nunca viste. Tomarás el colectivo que pasará tarde por la parada. Ficharás la tarjeta en el reloj de la fábrica, mecánicamente, y mirarás la hora que se marcó, sin verla. Te pondrás la ropa de trabajo, encenderás la máquina acordándote, como todos los días, de los tres dedos del Rusito que quedaron tirados en el suelo cuando se los arrancó el balancín, de su pánico y su desesperación. Mirarás el reloj cada diez minutos hasta las cinco, sin esperar nada. Saldrás susurrando un «ta mañana» al vigilante. Cansado, harás el viaje de regreso, como ocurre desde hace quince años. Llegarás a tu casa y casi te alegrarás al comprobar que tu mujer te ha abandonado llevándose los hijos.

Acerca del autor:
Daniel Frini

Usos prácticos de la fe. Ejemplo 1 - Daniel Frini


Era una mujer de fe extraordinaria. La consideraban santa y admiraban su perseverancia en la oración. Los viejos comentaban: «Ña Dolores habla con Tata Dios»
La Milton era una empresa minera que, para extraer uranio, abrió una cantera en la sierra. Por el uso de explosivos, arrastraba serios problemas con los ambientalistas. Entonces, contrató a Ña Dolores para que moviera, a puro rezo, el material estéril que estaba sobre la veta.
Ella se arrodillaba y oraba:
―Padrenuestroqueestásenloscielossantificadoseatunombre…
Las montañas le obedecían y se movían, mostrando el mineral. Si no había uranio, ella las volvía a su lugar, alisando las grietas.
Años después, la mina se secó, la Milton se fue y ella se quedó sin trabajo. Deprimida, empezó a perder la fe.

Cuentan que, al final, sólo logró mover un metro, más o menos,  una pilita de escombros que  molestaba en la vereda del viejo Medina. Después, nada más. 

Acerca del autor: 
Daniel Frini

martes, 21 de febrero de 2017

Egos cibernéticos – Raquel Sequeiro


Rotaba la cabeza a mil revoluciones por minuto, como si esta fuera un disco, para entretener al bebé de los Potter. Era imposible no desvivirse por el pequeño, ya que su software, su hardware y sus funciones de almacenamiento eran, por defecto, las de una nanny, a eso lo habían condenado después de robar una barra de plomo, que había empezado a comerse. Hasta ahora, que el supiese, nadie había escapado de la ley que lo delimitaba dentro del fragmento Humanos. Las escaleras ardían, por qué o qué, cómo… pufff… el fuego empezó en su cabeza, que rechinaba mientras el bebé lloraba sin parar. A Tantra se le borraron varios archivos miméticos, explosionaron varias células albergadas en la caja faríngea del cerebro; para colmo se había puesto de parto y tendría que practicarse una cesárea. En las escaleras ardiendo, el calor era horripilante, trató de proteger al pequeño del fuego. 
Ahora comprendía que las personas tenían una vida dificultosa, por eso ellos pensaban menos y les dejaban las tareas difíciles a los robots de última generación como Tantra. La casa de madera se hundió por las llamas en el segundo piso, luego de todos esos chasquidos, crujidos, y roces, replegada sobre sí misma como el esqueleto del dinosaurio de un museo al que le hubiesen quitado un hueso. Tantra y Malik, el bebé. estaban a salvo afuera. A su alrededor, los bomberos intentaban apagar el fuego usando las largas mangueras de doble uso. (Alguien se equivocó y le envió una descarga eléctrica a lo que quedaba del primer piso, porque había girado la manguera del revés). La policía, las ambulancias, el ejército, no tardaron en llegar; todos, excepto el matrimonio Potter, que dormía el sueño de sus vacaciones. 
El doctor Regus carraspeó dentro de la sala adyacente a la casa, aunque realmente no supo si era en el sueño, en la simulación o en sus últimas vacaciones con los Potter que la pelota de fuego le chamuscó una esquina de la bata blanca. También el robot dudaba sobre la calidad de los sucesos, por lo que revisó los archivos de datos para saber si eso era una simulación o la pura verdad. En realidad, la casa era holográfica, pero resultaron ciertos los chismorreos del vecindario sobre que los Potter no querían a su hijo. El robot volvió a sus tareas en la cocina.
—¿Va todo bien,Tantránido Quístico? —preguntó el señor Potter antes de prender el hornillo de la cocina (de donde partió la primera chispa).
—Megabién —dijo el robot sonriendo. Malik reía, intentando no tragarse su desayuno desde la trona; la señora Potter no se daba por vencida.
—Sala 8 —dijo alguien. Marta Potter pasó enloquecida entre los sensores. Odiaba la realidad holográfico-mimética, la única vía de conocimiento que tenían para completar su ciclo de acierto-error sin provocar una catástrofe auténtica.
Le daba mucha vergüenza tener que quitarse la ropa frente a eso, un conjunto de piezas ensambladas en un cuerpo informe, voluptuoso por las cantidades de “ferralla”.

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