lunes, 19 de septiembre de 2016

Aborígenes - Abrahan David Zaracho


—Se ha dicho que entre las famas de belleza resalta la de tu hija menor, Adarla.
—Así ha sido dicho, mi señor.
—Dado las edades de mis hijos ha llegado la hora de que coseches los beneficios de tus elecciones.
—Entiendo. Es un honor el pedido de su majestad.
—Tu familia y mi familia serán una sola familia. El ala norte del palacio de la tierra dorada será para ellos moradas. Este castillo será por siempre tu terruño.
—Su generosidad es infinita.
—Algo marcha mal, mi fiel vasallo.
—Es el fin de la noche mi señor, ¿recuerda? Se aproxima el alba.
—Recuerdo. Algo. Ya me parecía que estabas más viejo que ayer. ¿Fue ayer?
—Hace veinte años, mi señor. Ya se acerca mi tiempo. Pronto nos reuniremos.
—Pero nuestros hijos. Tu hija. Mis príncipes.
—Todos perecieron el mismo día. El azar me mantuvo con vida.
—Veo tu rostro a través de mi mano. ¿Todos volvemos como espectros?
—Sólo usted, majestad, cada vez que la luz de Ganecio es plena.
—¿Fueron las hordas del río?
—No, excelencia. Criaturas llegadas desde el cielo. Se hacen llamar humanos.
—Nadie ofreció resistencia.
—Sí, majestad. Resistieron los reinos del otro lado de nuestro mundo y las grandes exposiciones fueron las respuestas.
—Siento el vacío, mi buen Nariño.
—Así dice siempre. Todo está muy bien, mi señor.
—No quiero volver a tierras donde ya no es nuestra era.
—Yo tampoco, majestad. Yo tampoco voy a querer volver.

Acerca del autor:
Abrahan David Zaracho